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Estévanez, el famoso dramaturgo, el que empuñaba a la sazón el cetro del teatro, lo había tomado bajo su protección, le había prometido hacerlo representar, pero hasta la hora presente ninguna noticia tenía del éxito de sus gestiones. Era demasiado orgulloso nuestro joven para pedir estas noticias ni menos convertirse en pretendiente.

Si se ha hecho amigo de Estévanez, mi amistad le importa ya poco y se vengará del tiempo que ha perdido adulándome. ¡Oh, qué atrocidad! Tristán, no pienses eso. En vano con la elocuencia que le dictaba su recto corazón trató de disuadirle y desvanecer aquellas negras sospechas.

El autor se sintió abrazado y tuteado por una porción de sujetos con quienes jamás en la vida había cambiado un saludo. El gran dramaturgo Estévanez recibía casi tantos plácemes como Tristán por haber descubierto a aquel muchacho y ponerle en el camino de la celebridad. Realmente el viejo se sentía contento y se mostraba orgulloso de haberle adivinado.

Pero ¿qué tiene que ver Estévanez con ese artículo de El Universal? preguntó con asombro Reynoso. Pero, ¿no sabes, inocente profirió Tristán sonriendo sarcásticamente , que Leporello está casado con una parienta de Estévanez y que no ve más que por sus ojos ni piensa más que por su cerebro?

Si te has ofendido porque haya paseado con Estévanez... ¿Ofenderme...? No, querido, no; el espectáculo de la miseria humana no ofende; entristece solamente.

A Tristán no le parecía, sin embargo, bastante todo aquello: recordaba las revistas dedicadas a los estrenos de Estévanez, las comparaba con las de su obra y éstas se le antojaban bien frías. Pero al tomar en manos El Universal y leer la revista del famoso crítico Leporello la ira le hizo empalidecer. Era un artículo desdeñoso, irónico, todo él traspirando amargura y malevolencia.

No había insinuación en los artículos literarios de los periódicos que pudiera perjudicarle en que no viese la mano de Estévanez, no llegaba a sus oídos ninguna frase mortificante de la cual no le atribuyese la paternidad. Acercose un poco más y vio con sorpresa y horror que la persona que le acompañaba era ni más ni menos que su amigo García.

¿Pero qué te ha ocurrido? volvió a preguntarle su mujer. Nada, hija mía, que hoy se me ha caído la venda de los ojos. El amiguito García, ese desdichado a quien sólo por compasión admitía en mi casa, me estaba arrancando esta tarde la piel de lo lindo con mi otro amigo Estévanez.

Tristán secamente respondió: Nunca. Estupefacción en todos los comensales. Viendo el efecto que había causado añadió al cabo de un momento: Nunca mientras Estévanez ejerza en el Español el supremo mangoneo, sea el cancerbero que la Empresa tiene a la puerta. ¿Pero no fue Estévanez quien lo ha presentado y el que prometió hacerlo poner en escena? preguntó el primo Vilches.

Me parece que a estas horas ya lo ha visto claro. Tristán le abrazó riendo. Una porción de amigos de última hora acompañaron al autor hasta su casa en unión de Reynoso y de García. Este hubiera querido organizar una procesión nocturna con hachas de viento como las que solía improvisar la empresa en los triunfos de Estévanez, pero el percance de la detención había hecho abortar su idea.