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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Tristán, ¿qué estás diciendo? Repara que ahora me ofendes tú. Yo no he buscado la amistad de Estévanez.
Leyólo éste y una sonrisa mitad maliciosa, mitad placentera, se esparció por su rostro. Toma, Tristán; el contenido es para ti dijo alargando el papel a su cuñado. El telegrama decía textualmente: «Ignoro si Aldama regresó de su viaje. Hágale saber que ensayos de su drama comenzarán semana próxima. Estévanez.» Las mejillas de Tristán se tiñeron levemente de rojo. Don Germán soltó una carcajada.
Precisamente por eso replicó con displicente laconismo. Hubo unos instantes de silencio. Tristán comenzó a hablar en voz baja y afectando mucha calma. En realidad, había padecido una equivocación lamentable depositando su confianza en Estévanez, porque éste jamás había dejado pasar ninguna obra apreciable.
Lo había averiguado del modo siguiente: Iba paseando por una de las avenidas solitarias del Retiro cuando acertó a ver delante de sí y por la espalda dos figuras que le parecieron conocidas. Se acercó un poco más y se cercioró de que una de ellas era la del gran dramaturgo y su enemigo mortal Estévanez. ¿Por qué era su enemigo mortal Estévanez?
¿Sabes por qué? respondió Tristán apretándole la mano y con una expresión de infinita perspicacia . Porque estaba persuadido de que mi obra haría fiasco. Así lo creían los cómicos todos y éstos no se atreven a respirar si Estévanez no se lo permite. Reynoso guardó silencio.
Cuando don Germán y su amigo Gustavo Núñez entraron en su cuarto por la mañana le hallaron paseando de un lado a otro con el periódico en la mano y rechinando los dientes. ¡Claro, esto ya me lo presumía yo! ¿Cómo es posible que Estévanez viera con buenos ojos mi triunfo? ¡Y abrazándome ayer el hipócrita! ¡el canalla!
Palabra del Dia
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