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Siquiera por el singular contraste que en aquel parage ofrecian la ominosa fortaleza, donde el falso celo religioso habia perpetrado por obra del malvado Luzero tantos crímenes horrendos , y aquella sagrada palestra, donde el verdadero amor de Jesucristo habia recogido tantas celestiales palmas; por esto solo parece que debieran los hijos de Córdoba haber mantenido con esmero aquel edificio libre de la devoradora carcoma de las cárceles, conservando en él hasta los muebles del tiempo del pérfido inquisidor: é intacto el sencillo monumento que la piedad discreta, generosa y tierna de Ambrosio de Morales, consagró á la legion de mártires que desde aquella esplanada se habia elevado triunfante al Empíreo .

Sus dedos fusiformes darían envidia a la más empingorotada Princesa. Y de estos dedos, el índice y el del medio de su ominosa diestra eran como truculentos alicates, que penetraban por una pequeña incisión y arrancaban a los volátiles lo que no es decible, con rapidez inaudita.

D. Pompeyo Gener ya los designa, calificación ominosa, anatema lanzado sobre ellos y que al sacrificio y a la desaparición los predestina. Mi filantropía, mi piedad y la arraigada creencia de mi espíritu en un Dios omnipotente y misericordioso, me llevan a repugnar en toda su brutal extensión y en sus crueles consecuencias eso que llaman la lucha por la vida.

Todo esto comprendia una abadía de las principales en el siglo IX. Es claro que en España, donde la órden de S. Benito, aunque muy favorecida de los Alfonsos y Ordoños, preponderó menos, quizas por no haber sido como en los Estados de Alemania la única maestra de la civilizacion del pais en aquella ominosa edad de hierro, no serian tan poderosas las abadías, ni tan numerosas sus oficinas y dependencias.

Bueno, papá dijo Nancy , ¿es en verdad necesario que os volváis a tomar el a vuestra casa? ¿No podríais quedaros con nosotros en una tarde que parece va a ser tan hermosa? El viejo señor Lammeter acababa de hablar con Godfrey del impuesto creciente para los pobres y de la ominosa época actual, de modo que no había oído la conversación de sus hijas.

Desde que hay en España filósofos y políticos charlatanes y escritores con pujos de estadista, se ha empezado a declarar ominosa guerra a estos mis buenos amigos, lo mismo que a los salteadores de caminos, que no son otra cosa que una protesta viva contra los privilegios de los cosecheros; a los buenos frailes que son la piedra fundamental de esta armonía envidiable, de este sistema benéfico, en que todos viven modestamente sin molestarse unos a otros.

¡Viva la libertad! exclamó D. Diego haciendo un par de cabriolas . Gabriel, estamos solos. Hermanillas, alegrémonos y regocijémonos. La chillona algazara que desde los aposentos vino a mis oídos, indicome que las hembras estaban libres también de la ominosa esclavitud.

Pero, ¿cómo se lo decía a la irritable Xuantipa, sin suscitar una escena ominosa, y en presencia del señor Colignon? Dos o tres pares dijo, al fin, Belarmino. ¿No sabes si son dos o tres? preguntó Xuantipa, irguiéndose rápida y enderezando las sierpes de sus ojos hacia el anonadado Belarmino. Lo tengo apuntado. ¿En dónde? A ver, a ver... exigió Xuantipa, alargando el brazo amenazador.