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Y, no contento con esto, me arrojé sobre él con rabia, dirigiéndole con los golpes mil denuestos: ¡Canalla! ¡Granuja! ¡Tío indecente! Suárez, repuesto un poco, me echó las manos al cuello, y comenzamos a forcejear furiosamente. Los dos estábamos bastante cargados de alcohol; pero yo era más alto y más fuerte.

Pero esto no quiere decir que su obra ha de ser docente, sino que no debe ser perversa ni indecente. Harto bien se nota que los preceptos de moral aplicados al arte nada tienen de exclusivos: no implican la relación entre la moral y la estética. Son los mismos preceptos que se impone toda persona bien educada cuando va de visita, de tertulia ó de paseo.

Todo estaba trocado: la brutalidad se llamaba energía; sencillez el desaliño indecente; franqueza la grosería, y virtud el no tener entrañas para la compasión. Recordaba yo las épocas de mayor tiranía, y no hallaba época alguna peor, sobre todo si se considera que estábamos en el centro de Europa y que llevábamos tantos siglos de civilización y cultura.

En cuanto éste descuidadamente los movía, se arrojaba sobre ellos y le hincaba los dientes desgarrándole el calzado y algunas veces la piel. Puede imaginarse el susto del buen hombre y el brinco que daría. D. Félix montaba en cólera, arrimaba un puntapié al indecente perro, le llenaba de denuestos, le arrojaba de su presencia.

I de la protección dada á los judíos por este monarca nació la fábula indecente de los amores que le atribuyen con una hermosa hebrea, llamada Raquel, los cuales fueron el escándalo de España.

Comentario: «Cuando toma este tonito, le pegaría... Eso es decirme que soy una indecente. Y siempre que saca estas tiologías, es porque me quiere dejar. Y yo no puedo vivir así, Dios mío; esto es peor que la muerte».

Por más que disten mucho ciertas personalidades de sernos simpáticas, nos inspiran a lo menos compasión, y al fustigar sin piedad al vicio y al escándalo, nos guardamos muy bien de ensañarnos con persona alguna determinada, a que puede el arrepentimiento haber colocado ya al abrigo de toda censura. ¡Indecente! gritó Leopoldina Pastor . ¿Y tu marido no le ha dado ya una estocada?

Este deseo de vida popular transformó repentinamente sus ademanes y su lenguaje. ¡Dinero cochino!... ¡dinero indecente! El tiene la culpa de todo lo que nos pasa. Por él te vas y me quedo yo muerta de pena. ¡Pero Señor! ¿no podría ser ese dinero canalla como el sol, como el aire, que es de todos y para todos?

¿Qué le pasa a la chica de Gardier?... Hace un ruido... Es casi indecente... Es que se da importancia respondió la otra por lo bajo... Piense usted, querida, que el señor Boulmet, el notario, se está ocupando de casarla... ¿Hace mucho tiempo?

¡Canalla!, ¡vil canalla!, ¡cobardes, miserables!... Si no me sujetasen, os iría arrancando la lengua uno a uno... Habéis herido a mi hija... ¿No sabíais que era mi hija, pillos? ¡Aquí demostraréis vuestro valor! ¿Por qué no vais a Navarra a combatir con los hombres armados, y atacáis ahora a los indefensos?... ¡Porque sois unos cobardes..., una chusma indecente, que se debe esparcir a latigazos!... Si hubiese entre vosotros alguna persona digna de medirse conmigo, que salga para que le escupa en la cara... ¡Déjenme ustedes, déjenme ustedes, por Dios, matar a alguno de estos granujas que han herido a mi hija! ¡Déjenme ustedes, señores; por Dios, me dejen ustedes!...