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Mas él, que a las derechas es buen cristiano, aunque quisiera casarla luego, así como la vía de edad, no quiso hacerlo sin su consentimiento, sin tener ojo a la ganancia y granjería que le ofrecía el tener la hacienda de la moza, dilatando su casamiento.

Conoce usted, sin duda, el proyecto del conde de Mengis y aprueba su plan de casarla con su sobrino... Antoñita manifestó su desagrado con un ademán. ¡Si no lo censuro! pero entiendo que no hay motivo para que se aparte usted de , rehuyendo mi presencia como la de un importuno que la molestase, sólo por haber hallado el hombre que sin duda llena sus aspiraciones.

Y hoy su madrastra doña Juana la cela, la muele, la domina y se empeña en que ha de casarla con su hermano D. Ambrosio, que es un grandísimo perdido y a quien le conviene este casamiento, porque Isabelita está heredada de su madre, y, para lo que suele haber en pueblos como éste, es muy buen partido.

Parece imposible replicó Su Majestad, pues Farinelli pretende tener sobre usted el derecho de casarla y entregarle una buena dote, siendo, como es, en la actualidad, su único pariente... Vea usted, y convénzase de lo que le digo continuó mostrándole un pergamino que había sobre una mesa; ahí tiene ese contrato por el que le cede una parte de su fortuna.

Para lo mismo son cien mil libras de renta que cien cuartos, mi querido señor... Pero no se trata de , sino de mi hija... yo no puedo darla á un albañil. ¿No es así? A me habría gustado ser la mujer de un obrero, pero lo que habría hecho mi felicidad, es probable que no haga la de mi hija. Y al casarla, debo consultar las ideas generalmente recibidas, no las mías.

¿Qué le pasa a la chica de Gardier?... Hace un ruido... Es casi indecente... Es que se da importancia respondió la otra por lo bajo... Piense usted, querida, que el señor Boulmet, el notario, se está ocupando de casarla... ¿Hace mucho tiempo?

Su único consuelo era pensar en el chasco que se llevaría el pícaro ladrón. Cristela sabía, pues, que si su padre la amenazaba pegarle con el cetro de oro macizo, es porque se hallaba dispuesto, no precisamente a pegarle, pero a tomar una resolución extrema. La resolución sería casarla con el primer príncipe que llamara a la puerta del palacio en una noche de lluvia, pidiendo alojamiento...

El padre y el hijo se dieron un abrazo muy apretado y muy prolongado. Al mes justo de esta conversación y de esta lectura, se celebraron las bodas de D. Luis de Vargas y de Pepita Jiménez. El padre vicario tuvo, pues, el gusto de casarla con D. Luis. La novia, muy bien engalanada, pareció hermosísima a todos, y digna de trocarse por el cilicio y las disciplinas.

Su porvenir le causaba á veces gran inquietud. Podía casarla con el hijo de otro potentado: un matrimonio de millonarios en el que no entrase para nada el amor. ¿Pero no era esto perpetuar en la hija la infelicidad del padre? Observaba á Pepita, y se entristecía, adivinando en ella una reproducción de su madre.

Al abrir mi puerta me sorprendí desagradablemente al ver en el estrecho corredor á la mujer del conserje de la casa, que pareció demudarse por mi brusca aparición. Esta mujer había estado en otro tiempo al servicio de mi madre, quien le tomó cariño y le dió al casarla la posición lucrativa que hoy tiene.