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El tono de aquel título y la distinción que establecía era tan intencionado, que principió a interesar a Príncipe, después que se hubo repuesto de su primera sorpresa. Perfectamente, pero como ahora vengo de parte de su madrastra prosiguió sonriendo, tengo que rogarle que por algunos momentos vuelva a aquel punto de partida.

Amparo solía llamar en broma su hijastra a Clementina. ¡Qué hijastra, ni qué madrastra! exclamó el lechuguino con gesto de mal humor . ¡Si pensarás que hay mujer que me retenga a cuando no quiero! El despecho, incubado toda la noche, rompía ahora con fuerza la cáscara. ¡Olé mi niño!

Y giró sobre los talones y se metió pugnando por no reír en el portal de la casa de su madrastra. Una vez dentro de él, quedose repentinamente serio al pensar que antes de tres minutos iba a encontrarse frente a ésta. Era un momento solemne. Subió lentamente la escalera, creciendo su emoción a cada peldaño que iba salvando.

Pasados algunos días supo que, en efecto, su padre le había mejorado en tercio y quinto, lo que constituía a su favor, teniendo presente que en los últimos años el capital del brigadier se había mermado, una renta de siete mil duros; supo también que su madrastra, en el frenesí de la cólera intentaba ponerle pleito.

Miguel comprendió inmediatamente que quien lo había pedido era su madrastra. El brigadier le abrazó llorando y se despidió repitiéndole al oído las mismas incomprensibles palabras: «¡Ya sabrás, ya sabrás lo que te quiere tu padreLa andaluza no quiso decirle adiós, ni Miguel se humilló a solicitarlo.

Como no cumpliré diez y ocho años ni seré dueña de misma el día veinte, y como no tengo una madrastra enferma, no es de razón que me quede. ¿Me permitirá entonces que la acompañe otra vez hasta la ventana del Instituto? Al volver media hora más tarde, Príncipe encontró a Carolina sentada en un taburete a los pies de la señora de Ponce.

No tal; ¡si yo comprendo los sentimientos de aquella señora! contestó Catalina con resolución. Pues entonces, ¿cómo se han escapado ustedes? preguntó Príncipe gravemente. Por la ventana. Cuando Príncipe hubo dejado a Carolina en brazos de su madrastra, volvió a la sala. ¿Y bien? preguntó Catalina. Se queda; también espero que esta noche nos dispensará el honor de quedarse con nosotros.

Y con voz sorda comenzó a exponer sus quejas, a descubrir los agravios que su marido le hacía diariamente. A nadie en el mundo, más que a su madrastra, haría tales confidencias, que en ella no provocaban lágrima alguna. D.ª Carmen era quien las vertía una a una de sus ojos cansados.

Pero no fue así: la nueva brigadiera rechazó indignamente la fija mirada de adoración que Miguel tenía como muda caricia posada constantemente sobre ella. En vez de agradecerla y de sentirse lisonjeada, comenzó a exclamar ásperamente en presencia de los criados: «¿Por qué me mirará tanto este niñoMiguel no comprendió en un principio que su madrastra le daba calabazas.

Llegó el mes de julio. La generala Bembo se fue huyendo del calor a Biárritz. Miguel no la siguió al instante, porque tenía que llevar a su madrastra y hermana a Santander; pero convino con ella en ir a pasar el mes de agosto a Pasajes, donde D. Pablo había tenido el capricho en otro tiempo de edificar una magnífica casa de campo.