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Amigo, ¡oh!... Esa amistad, Cecilia, es una muralla de hielo que se interpone entre usted y yo... Comprendo que no tengo mérito alguno para merecer el amor de usted... que hay cien jóvenes en la villa que pudieran con más derecho solicitarlo... Pero lo extraño, lo que me anima y desanima a un mismo tiempo, es que usted no se ha fijado en ninguno hasta ahora... Su corazón permanece ocioso, indiferente... Digo, a no ser que tenga usted algún amor oculto.

Repentinamente acordose de que debía pagar la compostura y reforma de un alfiler en casa del diamantista... ¡Qué diablura!, se le había olvidado el portamonedas, y en aquella casa ni le daban crédito ni quería solicitarlo, por cierta cuestión desabrida que tuvo en otro tiempo con el dueño de ella... No había que apurarse por tan poca cosa. Rosalía llevaba dinero. «¡Ah!, bueno... es lo mismo.

Es tan dulce obedecer el mandato de los compatriotas, como es indecoroso solicitarlo. Es mi sueño que cada cubano sea hombre político enteramente libre, como entiendo que el cubano del Cayo es, y obre en todos sus actos, por su simpatía juiciosa y su elección independiente, sin que le venga de fuera de , el influjo dañino de algún interés disimulado.

Esas aguas nutritivas están densas de todo género de átomos crasos, apropiados á la muelle naturaleza de los peces, que perezosamente abren la boca y aspiran, sustentados como un embrión en el seno de la madre común. ¿Sabe el pez lo que se traga? Apenas. El alimento microscópico es como una especie de leche que se le ofrece sin solicitarlo.

Sobre todo, nada tenía de ofensivo para su autoridad el solicitarlo humildemente. Si lo negaba, se alegarían razones; tal vez se llegase a convencerle.

La mestiza era demasiado bien criada para abrir una puerta sin permiso; pero antes de solicitarlo, creía oportuno siempre mirar un poco por el ojo de la cerradura. Cuando asomó al fin la cabeza entre las dos hojas de madera, dijo bajando sus ojos maliciosos: Mi antiguo patrón don Pirovani quiere ver á la señora. Parece que trae prisa.

Miguel comprendió inmediatamente que quien lo había pedido era su madrastra. El brigadier le abrazó llorando y se despidió repitiéndole al oído las mismas incomprensibles palabras: «¡Ya sabrás, ya sabrás lo que te quiere tu padreLa andaluza no quiso decirle adiós, ni Miguel se humilló a solicitarlo.