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Brindóse la dama a regalar a todos la insignia de la nueva orden y envióle a cada uno una preciosa corbata azul de rica seda japonesa, sujeta por un alfiler formado por una gruesa perla, procedentes todas de un magnífico collar que había pertenecido a su madre. El tío Frasquito fue nombrado por aclamación gran maestre de los ilustres caballeros, que tomaron el dictado de Mosqueteros de Currita.

Miquis había hecho del buen litógrafo infinitas definiciones. Era, según nuestro amigo, un tonel con marca de alcohol y lleno de agua; un oso torcaz; una hidra sin hiel; un alfiler guardado en la vaina de un sable; un cardo con cáliz de azucena; un gorrión vestido de camello, y un epigrama escrito en octavas reales.

La de Jáuregui se puso su visita adornada con abalorio, y doña Silvia se presentó con pañuelo de Manila, lo que no agradó mucho a la viuda, porque parecía boda de pueblo. Torquemada fue muy majo; llevaba el hongo nuevo, el cuello de la camisa algo sucio, corbata negra deshilachada y en ella un alfiler con magnífica perla que había sido de la marquesa de Casa-Bojío.

Tuvo amantes que le dieron cierta popularidad, caballos famosos, alborotó en los entresuelos de Fornos, fue íntimo amigo de un torero célebre y jugó fuerte. Tuvo un duelo, pero fue a espada no como él se lo había imaginado, tendido en el suelo, la pistola en la diestra , y salió del lance con un pinchazo en un brazo; algo como una puntada de alfiler en una epidermis de elefante.

Unos botecitos en desorden dejaban escapar vagas exhalaciones de esencias más preciosas. Y revueltos con los objetos de tocador y las ropas íntimas, distinguió cartones de los que dan en el Casino á los clientes para apuntar las jugadas; unos con marcas rojas ó azules en sus columnas, otros perforados por un alfiler de sombrero á falta de lápiz.

Y sin ponerse a temblar, ni preguntar más, metió el hacha en su gran saco de cuero, y bajó el monte, brincando y cantando. ¿Qué vio allá arriba el que todo lo quiere saber? preguntó Pablo, sacando el labio de abajo, y mirando a Meñique como una torre a un alfiler. Pues el hacha que oíamos le contestó Meñique.

La madre de Rafael, cerrando puertas y balcones, miraba irritada al cielo cada vez que la masa popular, a la vuelta de un meeting, pasaba por su calle con banderas al frente, para detenerse un poco más allá, ante la vivienda del doctor, al que aclamaba con entusiasmo. «¿Hasta cuándo iba a consentir Dios que las personas honradas sufriesen?» Y aunque nadie la insultaba ni la pedía un alfiler, hablaba de la necesidad de trasladarse a otro punto.

Uno de los martirios de su exclusiva invención fue pincharla las manos con un alfiler, y tanto le gustó que en pocos días las tuvo llenas de picaduras: apenas había sitio donde poner otra. Esta tarea ferocísima solía encargarla a su verdugo de órdenes, Concha, quien la desempeñaba a conciencia.

Contempló un rato el seno casi descubierto, y con una descolorida sonrisa apartó un poco más el camisón desprendido. Su mujer no lo sintió. No había mucha luz. El rostro de Kassim adquirió de pronto una dura inmovilidad, y suspendiendo un instante la joya a flor del seno desnudo, hundió, firme y perpendicular como un clavo, el alfiler entero en el corazón de su mujer.

Jamás he robado ni la punta de un alfiler, ni he dicho más mentiras que alguna que otra para bromear. De los palos que le daba a mi mujer hace treinta años, me arrepiento, aunque creo que bien dados estuvieron, porque era más mala que las churras, y con un genio más picón que un alacrán.