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Actualizado: 28 de junio de 2025
La había encontrado varias veces en los salones de la corte; pero como Lucía afectaba no conocerle, él tampoco se había decidido a saludarla. Sin embargo, no tenía contra ella queja alguna: en la ruptura de relaciones con su madrastra, estaba convencido de que la culpa era de ésta. Viendo que no cruzaba ningún amigo, Miguel se decidió a pasar un rato con la generala.
Así es respondió el mediano ; pero yo he dicho verdad en lo que he dicho; porque mi tierra no es mía, pues no tengo en ella más de un padre que no me tiene por hijo y una madrastra que me trata como alnado; el camino que llevo es a la ventura y allí le daría fin donde hallase quien me diese lo necesario para pasar esta miserable vida. Y ¿sabe vuesa merced algún oficio? preguntó el grande.
La escena siguiente nos ofrece á Federico de viaje para recibir á la prometida de su padre en los límites de ambos estados; encuentra un carruaje, próximo á despeñarse en un abismo, por haberse espantado los caballos; salva á la dama, que va dentro, y sabe de ella y de los demás caballeros de su séquito que es su futura madrastra.
Al comunicarse el resultado de aquélla a la señora de Ponce, llevó ésta la mano de Juan a sus enjutos labios. Nada puedes añadir a mi felicidad presente, Juan; pero, dime, ¿por qué se lo ocultaste a Carolina? Juan se sonrió en silencio. Al cabo de una semana terminaron las formalidades legales necesarias, y Carolina fue devuelta a su madrastra.
A parte de las malas inclinaciones y del carácter indomable del muchacho, la verdad es que Bernardino, obligado a buscarse el pan cotidiano donde podía, no hacía por él todo lo que debiera; siendo causa de esta desidia el poco cariño y aun cierto encono que sentía contra aquel rapazuelo, hijo de la vejez de su padre y de una odiada madrastra, que apenas muerto el anciano, de privaciones y disgustos, alzó el vuelo con un bombero vecino, dejándoles el niño aquel en hipoteca.
Al pensar en su madrastra se le puso la carne de gallina. Fuese porque tal pensamiento le privara repentinamente de las fuerzas, o porque nunca las hubiera tenido muy hercúleas, es lo cierto que al sacarla de la cuna, sin saber cómo la niña se le deslizó de los brazos, y cayó dando un fuerte porrazo con la barba en la barandilla. ¡Oh Dios clemente! ¿qué pasó allí?
No fue a dormir a casa: pasó recado a su madrastra, advirtiéndola que debía velar a un amigo enfermo, a fin de que ni ella ni Julia estuviesen con cuidado. No salió del casino, donde había estado toda la tarde esperando el resultado de la discusión de los padrinos.
Al cabo sucedió lo que era de esperar. Una tarde, al regresar del paseo con sus compañeros, cruzando desde el Prado a la calle de Alcalá, se vieron obligados a pararse por no ser atropellados de los carruajes. Los ojos de Miguel, que estaba en primera fila aguardando el desfile, tropezaron con los de su madrastra, que venía en carretela abierta.
Sentiría creyese que he venido aquí para conocer su decisión, aun cuando esté hecha ya. Tan sólo he venido a manifestarle que su madrastra, la señora de Ponce, estará mañana en la ciudad y pasará algunos días en ella.
Miguel, previo el permiso de su madrastra, mandó al criado por una carretela a casa de Lázaro y por un palco a la de un revendedor conocido. Después que madre e hija se vistieron la clásica mantilla y Miguel cambió la levita y el sombrero de copa por la americana y el hongo, subieron los cuatro al carruaje. Eran las dos y media de la tarde.
Palabra del Dia
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