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Las estaciones de las líneas férreas que arrancan de Milan, son pobres y están mal hechas: al subir á los carruajes es necesario enseñar el pasaporte que piden en el camino diez ó doce veces dentro de los mismos vagones, segun se va marchando.

«¿Hay aquí algún torrente? preguntó a Miquis. , torrente hay... de vanidad. ¡Ah! ¡Coches!... , coches... Mucho lujo, mucho tren... Esto es una gloria arrastrada». Isidora no volvía de su asombro. Era el momento en que la aglomeración de carruajes llegaba a su mayor grado, y se retardaba la fila. La obstrucción del paseo impacientaba a los cocheros, dando algún descanso a los caballos.

Y se retiró, retrocediendo, con el cuerpo inclinado respetuosamente. Entonces abrí de par en par la ventana, y, asomando la cabeza, respiré el aire cálido, como un corzo cansado. Después miré hacia abajo, hacia la calle, donde la burguesía, saliendo de misa pululaba entre dos filas de carruajes.

El ruido de la locomotiva y los carruajes resonaba ronco y estridente entre las dos filas de altos murallones de caliza, salpicados de matorrales y bosquecillos de abetos, que encajonan aquella sucesion de vallecitos, dándoles la forma de tortuosas calles y románticas encrucijadas. En el fondo, bajo numerosos puentes ó casi escondido al pié de las rocas y la vegetacion, serpenteaba el riachuelo.

¡Oh! si se pusiera toda aquella hermosura de Sol la que se pusiese tus camelias. ¿Quién, quién llegaría nunca a ser tan hermosa como Sol? ¡Qué lindas, qué lindas, son esas camelias! «Pero , ¿qué flores te vas a poner?». Yo, mira: Petrona me trajo unas margaritas esta mañana, estas margaritas. ¡Gentes, caballos, carruajes! Las cinco, las seis, las siete. Ya está lleno de gente el colgadizo.

Viendo a todo el mundo montar en los carruajes y partir, se me ocurrió que era necesario, a todo trance, buscar vehículo para trasladarme a Sevilla, porque pensar en que iba a hacer el viaje a pie a aquellas horas era un delirio. Miré con ansia a todas partes, a ver si tropezaba con alguno de los barbianes del cenador. No hallé ninguno. Se habían evaporado no por dónde.

Pasaban junto a ellos otros carruajes en los que brillaban curiosas miradas, sondeando el interior de la berlina y admirando aquella mujer hermosa y desconocida. ¿Qué contestas, Leonora? Aún podemos ser felices. Olvida mi falta, el tiempo pasado; imagínate que ayer fue nuestra despedida en aquel huerto, que hoy nos encontramos para vivir eternamente unidos. No dijo fríamente la artista.

Los primeros obreros que iban hacia su trabajo con las manos en los bolsillos, las verduleras que regresaban de los mercados empujando sus carretones, volvían la cabeza con interés, siguiendo este desfile de carruajes veloces, casi todos ellos con hombres en los pescantes al lado del conductor.

Se hablaba en voz baja; se caminaba ahogando el ruido de los pasos; el palacete, tan alegre antes, parecía habitado ahora por sombras tristes y silenciosas. Desde la misma calle, no subía ningún ruido; una espesa capa de arena había sido extendida delante de la fachada para apagar las pisadas de los caballos y el rodar de los carruajes.

El edificio está dividido en grandes compartimientos adecuados para guardar los carruajes y arreos, en asombrosa profusion; abrigar los potros y las yeguas de primer órden, que están allí como joyas de primor; alojar setenta soberbios caballos de tiro, otros tantos de silla, doscientas mulas para los coches de palacio, y un enjambre de lacayos y mozos puestos al servicio de sus amos, cuadrúpedos de sangre azul.