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En otros, los peñascos graníticos se presentan desnudos, ennegrecidos, destrozados por enormes grietas verticales, de cuyas bocas surgen mil torrentes ó cascadas, ó salpicados de manchas de pinos y abetos enanos, cuya tinta sombría hace el mas soberbio contraste con la vastísima sábana de hielo que va á perderse en las vagas perspectivas del cielo.

Era el comedor lo que se llama «un ascua de oro»; expresiva metáfora en que cabe cuanto el lector pueda imaginarse en profusión de luces sobre lámparas y candelabros de ricos y variados metales, vajillas estupendas, cristalería de inverosímil nitidez y ligereza, vasos de porcelanas valiosísimas cargados de raras flores; en fin, lo mejor entre lo más caro del profuso acopio de que se dio cuenta en otro lugar de este relato, y lo adquirido después a peso de oro, destacándose sobre fondos obscuros, salpicados de brillantes toques metálicos, e interrumpidos en cada puerta por los desmayados paños de las pesadas y ricas colgaduras.

Alumbrados por los rayos del sol, que producían en aquellas soberbias tintas reflejos brillantísimos, no parecían aves, sino ramilletes de flores salpicados de pedrería. ¡Qué soberbios volátiles! exclamó Cornelio . Nada he visto en mi vida más hermoso, ni creo que lo haya en toda la redondez de la Tierra. Es verdad, señor dijo Van-Horn . No hay aves que superen a éstas en hermosura.

Artegui, de pie, se veía claramente en los garzos ojos que hacia él alzaba Lucía, ojos que, a pesar de la obscuridad del cielo, parecían salpicados de pajuelas luminosas. ¡Muriendo! repitió ella, como el árbol repercute el sonido del golpe que le hiere. Muriendo.

Ponte aquí, Nieves, y a este otro lado, Catana... Vamos, ¿qué hay que decir a esto?... No os fijéis en este primer término, que es árido y escabroso, como todo terreno de costa, sino en lo demás, en lo llano, que es la vega de Villavieja, verde aquí, parda allá, con sus caseríos salpicados, después alturas grises y alturas verdes, y sierras peladas y montes obscuros... ¿Veis una rayita blanca, allá lejos, que culebrea un ratito en el contorno de la vega y luego se pierde entre dos cerrillos?

Cuando uno cae herido, lo llevan al hospital y allí se está tres ó cuatro meses como un canónigo, tomando buenos caldos y platicando con algún compañero, mientras los demás andan con la lengua fuera de aquí para allá, unas veces comiendo mal y otras veces sin comer, al sol cuando lo hace y al agua cuando cae... También tienen sus raticos buenos, no vaya usted á creerse; cuando uno va á atacar una trinchera, pongo por caso, y suena la corneta en medio del silencio, y se descargan los primeros tiros, y se huele el humo de la pólvora, y sin verlo, porque el humo lo tapa, se escucha la voz ronca del oficial que grita: «Adelante, muchachos»; y se sube, se sube hasta encaramarse sobre la trinchera, salpicados de sangre, entre los quejidos de los que caen, los gritos de los que suben y el choque de las bayonetas, aunque parezca mentira, siente uno unas cosquillas que corren por todo el cuerpo y le hacen gozar... Hay momentos que no se cambiarían por muchos años de buena vida, señorita...

Cascadas estupendamente atronadoras y magníficas que descienden impetuosas de lo alto de los Alpes; rios tormentosos, que corren gritando entre peñascos, salpicados de espuma, blanquísima como la plata; precipicios de mayor extension que la que puede medir el ojo humano; puentes como el del Diablo, perfectamente designado con ese nombre, por debajo del cual ruge con la poderosa voz de su cólera el impetuosísimo Reuss, que rompe entre piedras, con un espantoso ruido; abismos de profundidad espantosa; montañas de nieve del grueso de veinte y tres varas que amagan desplomarse: todo esto, reunido, forma el camino desde Fluelen hasta el Hospital.

Al frente, en medio de las dos vigorosas líneas del marco, se ve el puente del ferrocarril casi saliendo de la negra boca del túnel, y debajo un enjambre de rocas desiguales y revueltas que comienzan el raudal, dislocan el movimiento de las ondas, se estrechan en un espacio de 100 metros y terminan en tres grandes peñascos de formas destrozadas y salpicados de matorrales, que forman una barrera de 15 á 20 metros de altura.

Bosques inmensos de altísimos cocos, pendientes lomas cubiertas de entrelazadas rimas, dilatados campos salpicados de algodoneros, cageles y limoneros admirábamos por doquier. El barco acortó vela manteniéndonos fuera de fondo esperando práctico, mas esperamos una hora y otra, y ni el práctico ni el pequeño fuerte que domina la entrada del canal daban señales de vida.

En aquel camino no encontraréis ni cascadas, ni ríos caudalosos, ni viva ni alegre vegetación. La hoja pierde su esmalte con el polvo que la cubre, y los ríos en tiempo de secas muestran sus descarnados lechos salpicados de las excrecencias volcánicas que arrastran de las misteriosas grutas del San Cristóbal.