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Probablemente, como ofrenda de paz, limpió todas mis botas, deber que nunca le había exigido, incluyó en el obsequio un par de zapatos y unas inmensas botas de montar, todo de piel de ante, sobre las cuales tuvo ocasión de expiar durante dos horas sus remordimientos. He hablado de su honradez como cualidad más inteligente que moral, pero recuerdo dos excepciones.

Cacambo que no se atosigaba por nada, sin inmutarse cogió la sotana del baron, se la echó á Candido encima, le puso el bonete de Teatino del cadáver, y le hizo montar á caballo: todo esto se executó en un momento. Galopemos, Señor: todo el mundo creerá que es vm. un jesuita que lleva órdenes, y ántes que vengan tras de nosotros, estarémos ya fuera de las fronteras.

Quedó convenido que a la mañana siguiente, muy temprano, Rosa y Pepa, que así se llamaban las que presentaban su candidatura al honor de criar a Antonio Reyes, estarían en la capital del concejo, dispuestas a montar en el coche en que las llevaría Bonifacio a la ciudad, para que fueran registradas por el médico, y la de mejores condiciones recibiera el exequatur facultativo y el nombramiento oficial de Emma.

Recuerdo bien nuestras famosas batallas, aunque siempre las veía de lejos. ¡Lo que sentí muchas veces no haber aprendido á montar á caballo desde mi niñez, no ser hombre de campo, para improvisarme general lo mismo que los otros!... ¡Quién sabe si lo habría hecho mejor!... Las tales batallas podían ser tituladas así porque tomaban parte en ellas veinte mil ó treinta mil hombres.

El caballo pace la yerba lozana y olorosa que crece en el rocío de la tapia. El Caballero vuelve a montar y emprende el camino de su casa. Don Juan Manuel Montenegro, llama con grandes voces ante el portón de su casa. Ladran los perros atados en el huerto, bajo la parra.

Vivos parecen, con sus trajes de cuero de flecos y galones, y sus sombreros anchos con trenzado de plata y oro, y su zarape al hombro, de seda de color, vivos como si fueran a montar a caballo, los maniquíes del estanciero rico, del joven elegante que cuida de su hacienda, y sabe «voltear» un toro.

Después de comer trajeron los caballos del coche, les obligaron a montar en ellos, y custodiados por toda compañía tomaron el camino de Logroño.

Tal vez se desacredite el misionero entre aquellos bárbaros, merced a esta torpeza, y luego sea más difícil de lograr el fruto de las predicaciones. Estos y otros razonamientos más adujo Pepita para que yo aprendiese a montar a caballo, y quedé tan convencido de lo útil que es la equitación para un misionero, que le prometí aprender enseguida, tomando a mi padre por maestro.

En varias ocasiones se le vio de levita cerrada, sombrero de copa y almadreñas: gastaba larga melena, como un caballero del siglo diez y siete; vestía amenudo traje de terciopelo o pana con botas de montar; usaba botines cuando ya nadie se acordaba de ellos, y grandes cuellos de camisa vueltos sobre el chaleco, imitando la antigua valona.

Una mula llevaba los víveres necesarios para un mes de viaje. Además, podía montar en ella al sentirse cansado, por ser actualmente sus jornadas más largas que cuando pasó á pie por estos mismos sitios.... Pero ¡ay! entonces, aunque no tenía víveres, contaba con el vigor de la coca, ó mejor dicho, con la fuerza de una juventud sana que había ido disolviéndose allá abajo, en la orilla del mar.