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Para servir a usted muchos años. ¿Y no acertaba usted con los Pazos? Me costaba trabajo el acertar. Aquí los paisanos no le sacan a uno de dudas, ni le dicen categóricamente las distancias. De modo que.... Pues ahora ya no se perderá usted. ¿Quiere montar otra vez? ¡Señor! No faltaba más. Primitivo ordenó el marqués , coge del ramal a esa bestia.

Los rufianes hicieron la cuenta, y vino a montar de cena sólo treinta reales, que no entendiera Juan de Leganés la suma. Decían los estudiantes: -No pide más un ochavo. Y respondió un rufián: -No, sino burlárase con este caballero delante de nosotros; aunque ventero, sabe lo que ha de hacer. Déjese V. Md. gobernar, que en mano está...

. Yo les esperaré en la carretera, junto al alto de Maya. Martín se despidió del general y de Briones, y volvió a Añoa, para tranquilizar a su mujer. Contó a Bautista su conversación con el general; Bautista se lo dijo a su mujer y ésta a Catalina. A media noche, se preparaba Martín a montar a caballo, cuando se presentó Catalina con su hijo en brazos.

Un poco mas al sur de dicha punta descubrieron una boca grande, y dando fondo, salió el piloto Varela á registrar si era el rio de Santa Cruz, ó el rio de Gallegos, ó algun otro puerto: que volvió al anochecer, sin haber hallado entrada por la parte en que estaban ancorados; que la entrada se descubria, por la costa del sur, y era necesario montar una punta de un bajo largo, en el cual reventaba el mar.

Para pechárselo, si es caso repuso éste al montar en su «azulejo», agregando: Monte ahora, don Melchor.

Atendió solamente al porvenir de Lázaro, y de grado o por fuerza, hízole montar en una mula, y salir en ella, no a correr mundo como sus antepasados a Flandes en busca de aventuras o a Italia persiguiendo honores, sino a presentarse al bueno del obispo, para que éste modelara, cual si fuera de arcilla, aquella alma que aún no había despertado a la vida.

Saber teología y no saber montar desacreditaba a D. Luis a los ojos de Currito; pero cuando Currito advirtió que sobre la ciencia y sobre todo aquello que él no entendía, si bien presumía difícil y enmarañado, era D. Luis capaz de sostenerse tan bizarramente en las espaldas de una fiera, ya su veneración y su cariño a D. Luis no tuvieron límites.

El mozo no las quiere dejar pasar; dice que sus billetes de ida y vuelta están caducos. Y ellas chillan, claman al Señor, se llevan las manos a la cabeza, y me miran a , como pidiendo mi intervención definitiva. ¡El tío jefe dice una de ellas nos vido montar en el tren el lunes! corrobora la otra , el tío jefe nos vido.

Algo importante estaba ocurriendo; el aire malhumorado de los que permanecían en la puerta del castillo, la repentina obsequiosidad de este rústico con uniforme, lo daban á entender. Más allá del edificio vió soldados, muchos soldados. Un batallón de infantería se había esparcido á lo largo de las tapias, con sus furgones y sus caballos de tiro y de montar.

De pronto, la puerta se sacudió con estrépito, y oyose en el corredor una voz desesperada que comenzó a gritar: ¡A ! ¡A ! ¡Socorro! ¡Soy muerto! El canónigo saltó del asiento, descorrió el cerrojo y abrió. Era un lacayo. El infeliz, con el semblante blanco como el yeso, sin soltar de sus manos una silla de montar, cubierta de terciopelo azul, fue a arrojarse a los pies de su señor.