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Actualizado: 1 de mayo de 2025


Tonito Cepeda era más que chic, más que pschutt: era v'lan, tschock. Mas el pobrecito joven, incapacitado de poner precio a las innumerables consultas que de todas partes le dirigían, andaba lleno de trampas y no tenía dónde caerse muerto.

Tonito Cepeda miró desdeñosamente al pintorcillo y propuso uno de esos espectáculos que constituyen jalones de la época en que se verifican: imitar la peregrina idea de la Princesa de Segan, que había resucitado en París las fábulas de Esopo dando un gran baile de trajes, en que recibía ella vestida de pava real y acudieron todos los invitados representando cada cual un animalito.

El proyecto fue aceptado con desdeñosa condescendencia por parte de Tonito, con sumisión entera por la de Currita, y Celestino Reguera quedó encargado de traer al día siguiente dibujos para el traje de la dama que había de representar la reina blanca, y un soberbio juego de ajedrez, trabajado admirablemente en el Japón, cuyas grandes piezas de marfil podrían ser copiadas en los demás trajes de la cuadrilla.

Currita, sentada ante una preciosa mesa redonda, cuya tapa era un ónix mexicano, examinaba una gran porción de láminas y dibujos que le presentaba Celestino Reguera, y pasábalos a su vez a Jacobo y a Tonito Cepeda, vago elegantísimo, entendido en caballos como el hijo de Teseo, amateur de todo lo que era arte, y digno por su exquisito gusto de que la patria agradecida le votase una pensión en Cortes, como representante en España del buen tono parisiense.

Comentario: «Cuando toma este tonito, le pegaría... Eso es decirme que soy una indecente. Y siempre que saca estas tiologías, es porque me quiere dejar. Y yo no puedo vivir así, Dios mío; esto es peor que la muerte».

Palabra del Dia

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