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Actualizado: 28 de septiembre de 2024
Pero, ¡ay! esas infantas eran generalmente herejes... Y al defecto de la herejía innata, cuyo dejo subsiste aún después de la conversión, era casi preferible el defecto del modernismo parisiense, del modernismo Revolución Francesa!
Por otra parte, el señor de Maurescamp no dejaba de presentar ciertos rasgos especiales. Era un hombre de unos treinta años que llevaba con cierto brillo la vida parisiense. Sus títulos eran herencia de su abuelo, general bajo el primer imperio, y su fortuna, de su padre, quien la había adquirido honradamente en la industria.
Parece, además, haber visitado la mayor parte de las grandes ciudades de Europa, y adquirido conocimientos literarios que pasan la medida común de la erudición parisiense.
Tan sólo al salir de la calle Real asomó curiosamente la cabeza, y sus ojos buscaron a lo lejos la famosa terraza del Petit-Club, más familiarmente Baby, que domina toda la Plaza de la Concordia y es punto de reunión y observatorio predilecto de la haute gomme parisiense.
El cochero pareció quedar satisfecho de su examen: entre las ricas pieles que forraban el abrigo del viajero, había descubierto su vista perspicaz lo que basta para constituir un gran personaje a los ojos del vulgo parisiense: asomaba una cintita amarilla y blanca por el ojal de su americana. ¡Il était decoré!...
Ella misma hizo la lista de los convidados, y con gran disgusto del señor de Maurescamp, el nombre del señor de Lerne se hallaba también inscripto; conocíalo ella apenas, pero había oído hablar mucho de él, puesto que había dejado en la alta bohemia parisiense una reputación de amable compañero y de caballerosidad.
En ese gran invernáculo parisiense, las virtudes y los vicios, lo mismo que los genios, se desarrollan con una especie de exuberancia y alcanzan el más alto grado de perfección y refinamiento. En ninguna parte del mundo se aspiran más acres venenos ni más suaves perfumes. En ninguna otra parte, tampoco, la mujer, cuando es bella, puede serlo más: ni cuando es buena, puede ser más buena.
Pero ¡cuánto mejor sería el efecto si al entrar te anunciasen: "¡El señor capitán barón de Pontournant!..." ¡Bah! dijo el novio. El capitán Roussel suena muy bien. Sería de muy buen gusto volver á llevar el nombre de una ilustración del primer imperio.... Mi abuelo no pondría buena cara á un miembro de la caballería ligera de la burguesía parisiense....
En la puerta aparecieron dos sombras; eran dos prometidos. Ambos avanzaron tímidamente, él dando vueltas al sombrero, y ella echando una mirada furtiva a la parisiense. La guardiana, arrancada a su sueño, sonreía con malicia mostrando sus cirios. Los novios eligieron dos del mismo largo, los encendieron juntos gravemente y los colocaron en el altar.
Volvemos á pedir uno y mil perdones al pueblo parisiense, imploramos humildemente su indulgencia, en justo pago de la deslumbradora hospitalidad que nos ofrece; pero hemos dejado nuestra pobre España para decirla, no lo que soñemos, sino lo que creamos, y eso es lo que creemos al pié de la letra.
Palabra del Dia
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