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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Pues bien, ensayemos diez ó doce parejas de ambos sexos durante quince ó veinte dias, y demos este nuevo espectáculo al pueblo parisiense.

Esta perspectiva es una de esas imaginaciones con que los poetas han idealizado los valles y los bosques de la Normandía; esto es un lago de hadas; una fantasía de Osian, no tan delicada, no tan tierna, no tan expresiva, no tan grata al espíritu; pero brillante, deslumbradora, francesa, parisiense, es decir, dramática.

El parisiense se levantó, la mujer rechoncha y la niña nos despidieron hasta la puerta, coreando un saludo de doscientas ó trescientas gracias, unas detrás de otras. Las gracias son el género más barato de Paris. Vale menos que el aire, que el agua y que la luz. ¡Qué baratura de género!

Tenemos mundo, tenemos clases, tenemos distinguidos y cursis; horas de tono y horas vulgares; y si no se puede con ricas telas, imitamos con percalinas la forma y los colores del vestido que, según la revista de modas que reciben las Escribanas o las de Codillo, llevaba una gran señora parisiense en cierta recepción del Elíseo.

Ella sabía que era preciosa, le gustaba que la vieran, y no le disgustaba que se lo dijeran... En una palabra, era coqueta. Sin eso, ¿habría sido parisiense? M. Scott tenía en su mujer plena confianza y le dejaba entera libertad. El se presentaba poco en sociedad. Era un galantuomo que se sentía vagamente molestado por haber hecho un casamiento semejante, por haberse casado con tanto dinero.

Así, las señoras llevan conjuntamente la mantilla española y la manteleta ó el chal frances, ó bien una combinacion de ámbas piezas; y usan para salir á la calle indiferentemente la gorra parisiense ó el bellísimo tocado español, tan sencillo como propio para hacer lucir una rica y negra cabellera.

Especialmente, su sargento primero, un parisiense que siempre está de broma, pone la carne de gallina con sus chanzonetas. ¡Un naufragio!... Pues, si es la cosa más divertida un naufragio. Salimos del paso con un baño frío, y después nos conducen a Bonifacio, a comer mirlos en casa del patrón Lionetti. Y los «tiralíneas» ríe que te reirás...

El ministro anglicano en ciernes, que había hecho en Jamaica sus estudios teológicos, era un gran calavera de excelente carácter, generoso, expansivo y servicial. ¡Pero qué de truhanerías! Bailaba, bebía, jugaba, gritaba, cantaba y se divertía ruidosamente de todos los modos posibles, mas bien como un estudiante parisiense ó alemán de vida pecaminosa, que como un candidato para la Iglesia.

Sorprendido y con el corazón lleno de amargura, se quedó Francisco un momento solo en la sala desnuda y vacía, escuchando el pesado andar y las risotadas de los campesinos que bajaban atropelladamente la escalera y percibiendo en medio de aquel ruido esas palabras dichas con burlona voz: «¡Muy bien! ¡Maltrecho y sin palabra, le ha dejado Simón a ese orgulloso parisiense

Su libertinaje era, por el contrario, aquel otro libertinaje tan común en España entre los jóvenes de alta alcurnia: mezcla extraña, tipo híbrido del manolo y del sportmen, del gitano y del muscadin, que se diría nacido del antitético matrimonio de un torero andaluz con una soubrette parisiense.

Palabra del Dia

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