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Delante van y vienen los sacerdotes, con sus manteos de tisú precioso, o de seda verde y azul, y el bonete de tejido de oro, uno con la flor del loto, que es la flor de su dios, por lo hermosa y lo pura, y otro cargándole el manteo al de la flor, y otros cantando: detrás van los encapuchados, que son sacerdotes menores, con músicas y banderines, coreando la oración: en el altar, con sus mitras brillantes, ven la fiesta los dioses sentados.

El parisiense se levantó, la mujer rechoncha y la niña nos despidieron hasta la puerta, coreando un saludo de doscientas ó trescientas gracias, unas detrás de otras. Las gracias son el género más barato de Paris. Vale menos que el aire, que el agua y que la luz. ¡Qué baratura de género!

Pero bien pronto le robó la atención de sus admiradoras la estudiantina, que estaba toda encaramada en una mesa de metro y medio de largo por un metro escaso de ancho. Cómo danzaban allí unas doce chicas, es difícil decirlo; ellas danzaban, acompañándose con panderetas y castañuelas y coreando al mismo tiempo habaneras y polcas.

Pero mientras el ogro tomaba fuerzas para dar su terrible patada y la anunciaba a gritos cien veces al día, la prole felina seguía tranquilamente en un rincón, formando un revoltijo de pelos rojos y negros, en el que brillaban los ojos con lívida fosforescencia, y coreando irónicamente las amenazas del carretero: ¡Miau! ¡Miau! ¡Bonito verano era aquel!

En el páramo de Solares, que separa el barrio de Arriba del de Abajo, pasaban lances cómicos: capas que se enrollaban en las piernas y no dejaban andar a sus dueños; enaguas almidonadas que se volvían hacia arriba con fieros estallidos; aguadores que no podían con la cuba, curiales a quienes una ráfaga arrebataba y dispersaba el protocolo, señoritos que corrían diez minutos tras de una chistera fugitiva, que, al fin, franqueando de un brinco el parapeto del muelle, desaparecía entre las agitadas olas.... Hasta los edificios tomaban parte en la batalla: aullaban los canalones, las fallebas de las ventanas temblequeaban, retemblaban los cristales de las galerías, coreando el dúo de bajos, profundo, amenazador y temeroso, entonado por los dos mares, el de la bahía y el del Varadero.

Alineábase la gente en el paseo para ver desfilar el cortejo carnavalesco. Primero, la banda, precedida del pasaje menudo: niñeras empujando los cochecillos infantiles; muchachos inquietos que saltaban y se empujaban, coreando a todo gañote la marcha que tocaban los músicos.