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Otros mensajeros saqueaban nuestras iglesias y nuestros palacios, llevándose los brocados históricos de casullas y frontales, el tisú y los terciopelos con bordados y aplicaciones, y otras muestras riquísimas de la industria española. Al propio tiempo arramblaban por los espléndidos pañuelos de Manila, que habían ido descendiendo hasta las gitanas.

Mejor tierra es esta, dixo Candido, que la Vesfalia; y se apeó con Cacambo en el primer lugar que topó. Algunos muchachos de la aldea, vestidos de tisú de oro hecho pedazos, estaban jugando al tejo á la entrada del lugar; nuestros dos hombres del otro mundo se divertian en mirarlos.

Era más chico que Riofrío, y no llano como éste, sino pendiente: las casas pequeñas y desiguales, con toscos corredores de madera, de los cuales pendían largas ristras de mazorcas de maíz que amarilleaban al sol como preciosos tapices de tisú de oro. En aquel instante todo era animación y bullicio por las calles.

Sobre la chimenea, vestida también de raso, había dos magníficos candelabros y un reloj, obra de nuestros plateros del siglo pasado. Los enseres de la chimenea eran igualmente de plata. La alfombra blanca con cenefa azul. En medio un confidente forrado de tisú de oro. Butacas, sillas doradas. En el suelo dos grandes almohadones de pluma.

Pertenecían a los tiempos del tisú y de la madera dorada, y los bronces proclamaban con su afectada estructura griega la disolución de los Quinientos y los senatus consultus de Bonaparte. Aunque no hacía frío, la humedad de la desamparada casa era tal, que fue preciso encender la chimenea. El joven, más bien niño, entró jugando con el perro, a quien llamaba Saúl.

El Rey bajó del palanquín y yo del carro, y nos saludamos y abrazamos con mutua cordialidad. La túnica del Rey era de tisú de oro, bordada de seda de mil colores. En el bordado se representaban todas las flores del campo y todos los pájaros del aire y todas las estrellas del éter.

Al cabo de larga espera el órgano hizo vibrar sus notas poderosas por el ámbito del templo, y en la puertecilla de la sacristía aparecieron los tres sacerdotes con sus brillantes capas de tisú de oro y se dirigieron al altar. Detrás de ellos entraron algunos otros clérigos y varios particulares privilegiados, que se acomodaron en el presbiterio para oír la misa.

Algunas entraban hasta el medio con almadreñas, produciendo verdadero estrépito al caminar sobre el embaldosado pavimento; las más se despojaban de ellas a la puerta y las traían en la mano. Un clérigo anciano, con sobrepelliz, subió al púlpito, que estaba cubierto con paño de tisú de oro.

Ya se ve, como no tiene hijos... no sabe en qué gastar el dinero. ¿Se ha fijado usted en aquellos grandes ramos, monísimos, con flores de tisú de oro y hojas de plata? replicó Fortunata que atendía con toda su alma . ¡Los que se pusieron en el altar el día de Pentecostés! Los mismos. Pues los regaló Jacinta.

Llegado el siglo XIX, de tres peritísimos fabricantes tenemos noticias, llamado el uno Acosta, que vivió en la calle de Santa Clara, del cual hay una casulla de tisú de plata con flecos de oro y seda en el Hospital de Venerables Sacerdotes de esta ciudad, magistralmente tejida, y los otros dos, Don Manuel del Castillo y Povea y Don José Ledesma.