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Después nos contarás la historia de tu baile en casa de madama Scott. Apenas se instalaron mis americanos en París, comenzó una lluvia de oro. Verdaderos par-venus que se divertían en arrojar locamente el dinero por la ventana. Esta inmensa fortuna la poseen recientemente; cuentan que hace diez años, madama Scott mendigaba por las calles de New-York. ¡Mendigaba! Así dicen, señora.

Las mozas formaban elegantes parejas con Vejarruco y Lombrijón; los guitarristas se divertían por su cuenta en otro extremo de la taberna, roncaba como una bestia enferma el gran Poenco y la ocasión era propicia para . Tomé las dos llaves que el durmiente D. Diego llevaba en su bolsillo, y corrí como un insensato fuera de la taberna.

Mejor tierra es esta, dixo Candido, que la Vesfalia; y se apeó con Cacambo en el primer lugar que topó. Algunos muchachos de la aldea, vestidos de tisú de oro hecho pedazos, estaban jugando al tejo á la entrada del lugar; nuestros dos hombres del otro mundo se divertian en mirarlos.

Bonis, en cuanto pudo, huyó del ruido. Dejó a los demás, ya que les divertían, todas las solemnidades y quehaceres propios del caso.

Don Manuel, que era regocijado y festivo, también se hacía acompañar a menudo de juglares y bufones, que le divertían con sus chistes y burlas, y casi nunca prescindía de los músicos, que iban tocando sonoros instrumentos, anunciando así que el rey venía y alegrando los sitios por donde transitaba.

El buen señor pasa media hora arrojando puñados á los transeuntes; muchachos, menestrales y mujeres del pueblo se agolpan á coger las monedas; al verlos reunidos en un punto, arroja un puñado en otra direccion; todos corren, se chocan, se apiñan, gritan, riñen, pelean, exclaman, se insultan, se agarran, y el ruso se divierte. Yo ignoraba que en Rusia se divertian de este modo.

Al principio se le había figurado que ella, con un poco de arte, hubiera podido conquistar a cualquiera de aquellos nobles ricos que se divertían con todas y se casaban con la de mayor dote. Pero le pareció una indignidad asquerosa semejante idea; ni una sola vez trató de ensayar sus recursos y prefirió creer a su tía: aquellos aristócratas interesados no eran maridos posibles.

Adolfo repuso: No bien... Creo que cuarenta años. ¡Cuarenta años! exclamó Coca. Pues se lo dejo a Laura. Arreglando la casa para recibir la visita anunciada, Laura y Coca conversaban y se divertían a costa del candidato todavía desconocido...

No obstante, ciertas particularidades que en un principio le entretenían y divertían su imaginación, comenzaron a afligirle, y graves dudas asaltaron su conciencia.

El 31 de agosto, el señor Le Bris, dichoso como un vencedor, dio un paseo a pie hasta la ciudad. El campo le agradaba, pero no desdeñaba tampoco una vuelta por la explanada donde le divertían las cornamusas de los regimientos escoceses. Además, contemplaba el humo de los vapores, creía aproximarse a París.