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Actualizado: 8 de junio de 2025
Las mujeres, que allá se contaban á docenas, eran aquí centenares. La embriaguez escandalosa no resultaba un incidente, sino algo buscado con plena voluntad, como indispensable para la alegría. Todo grandioso, brillante, colosal. Los vividores se divertían por pelotones, el público se emborrachaba por compañías, las mercenarias formaban regimientos.
D. Laureano no estaba con ellos sino mientras le divertían. Pues si pasamos al sexo femenino, aquí sí que se dilataba desmesuradamente la esfera de sus conocimientos. Tan pronto se le veía asiduo galanteador de una marquesa averiada, como festejando a alguna hermosa horchatera.
»Pues estaba la casa adornada con mucho gusto; pues le aseguro a usted que en Madrid se consiguen los imposibles en hubiendo dinero largo. »Aunque todo era gente muy circunspuesta, gloria daba ver cómo se divertían bailando e hiciendo miles diabluras toda la santa noche sin resollar. Así es que la gente decía, a voz en cuello, que otra como ella no se había visto en Madrid en jamás de los jamases.
Bajo el cielo que tomaba una tersura de esmalte, las miserables casuchas de cinc pintado parecían despertar al nuevo día con una indiferencia triste. Aquella madrugada había helado, y chicos desarrapados, descalzos, se divertían saltando sobre la escarcha y contemplándose luego los pies horriblemente enrojecidos. El pobrerío se iba amontonando frente a la iglesia.
En su temple de jamona fresca, con su aprovechada experiencia, su buen gusto y claro ingenio, necesitaba algo de más jugo, de más substancia que aquella insípida y continua exposición de mujeres frívolas y de hombres mentecatos, cargados de perifollos; fiestas en las que, tras de costarla un sentido, todos se divertían menos ella.
Gozaba también con escuchar las disputas científicas y filosóficas que su amigo Moreno mantenía con cualquiera que le llevase la contraria. Jamás intervino en ellas. Pero divertían su espíritu de la muchedumbre de pensamientos melancólicos que constantemente se cernían sobre él.
En verdad que su semblante truanesco le da patente de pícaro, pero no hay en su cuerpo y rostro nada común con aquellos miserables fenómenos, verdaderos casos patológicos con cuya ruindad se divertían nuestros piadosos monarcas.
Palabra del Dia
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