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Bandas de cuervos se levantaban con perezoso aleteo al oir sus pasos; pero volvían á posarse en tierra, repletos pero no ahitos, habiendo perdido todo miedo al hombre. De tarde en tarde encontraba grupos vivientes. Eran pelotones de caballería, gendarmes, zuavos, cazadores. Vivaqueaban en torno de las granjas arruinadas, explorando el terreno para cazar á los fugitivos alemanes.

Desde el crepúsculo circularon por las calles grupos de hombres que se dirigían á las estaciones. Sus familias marchaban con ellos, llevando la maleta ó el fardo de ropas. Los amigos del barrio los escoltaban. Una bandera tricolor iba al frente de estos pelotones. Los oficiales de reserva se enfundaban en sus uniformes, que ofrecían todas las molestias de los trajes largamente olvidados.

Al contrario, á cada momento llegaban otros, siempre en familia, los maridos de bracero con sus esposas, los jóvenes solteros con sus hermanas, amigas ó prometidas, todas joviales, afables, repartiendo saludos á derecha é izquierda y besándose con tal entusiasmo que la cosa parecia un fuego graneado, por pelotones y en guerrilla.

Varios pelotones de hombres precedidos y seguidos de bayonetas marchaban de un puerto á otro con rítmico paso. Eran prisioneros alemanes, sonrosados y alegres á pesar de la cautividad, vistiendo aún sus uniformes de color verde col, con un gorro redondo sobre la esquilada cabeza.

A las tres de la mañana marchó nuestra armada, y á distancia de legua y media dimos con un grande estero ó bañado muy pantanoso, que no se podia romper con los caballos: y llegando á un arroyo que pasamos á nado, corrimos mas de una legua, y reconociendo que los indios iban perdidos por una gran niebla que nos sobrevino esta mañana, volvimos á pasar dicho arroyo, caminando al SE, y habiendo salido el sol, atendiendo el Comandante que aquella partida que despachó la noche antes ya habria llegado á la accion, y que oyendo los tiros era natural pensasen los enemigos tenian á todo Buenos Aires sobre , y que con este motivo tirasen á huir, dispuso en aquel pronto desparramar en pelotones indios y cristianos.

Los personajes más conspicuos de la corte pasaban por allí pagando su tributo; y hasta don Casimiro Pantojas había hecho una noche sus hilitas, sin más que un ligero percance, hijo de su cortedad de vista: equivocó el trapo con el rico pañuelo de batista de la dama vecina, olvidado encima de la mesa, y púsose muy afanado a sacar hilas de este, haciendo dos pelotones finísimos.

Llegó á la plazuela de Afligidos y la ocupó casi toda, uniéndose á los que, entrando por el Portillo, habían llegado un poco antes. La puerta de la casa de que hemos hablado resonó con tremendos hachazos; todo el largo de la tapia del Príncipe Pío estaba ocupado por el pueblo, y algunos pelotones de gente armada estaban en la Montaña, en la parte contigua á dicha puerta.

Durante media hora avanzaron entre bosques; luego salieron á inmensas llanuras cultivadas, y pudo ver cómo se iba desarrollando delante de él, á una gran distancia, la vanguardia de su cortejo, compuesta de máquinas rodantes y pelotones de jinetes. A su espalda levantaban una segunda nube de polvo las tropas de retaguardia, encargadas de contener á los curiosos.

El vasto prado parecía una alfombra de fondo verde. Los pañuelos de las mujeres, blancos, rojos, amarillos, agitándose continuamente, llameando a la luz del sol, formaban sobre aquel fondo un dibujo movible de brillantes colores. La carretera mandaba de Sarrió a cada instante nuevos pelotones de gente, que se diseminaban por el prado a entrambos lados.

Bastaba un solo cadáver, el cadáver que justificaría las crueles represalias, para que despertase la autoridad de su sueño voluntario. Comenzó por todo Jerez la cacería de hombres. Pelotones de guardia civil y de infantería de línea, guardaban inmóviles la entrada de las calles, mientras la caballería y fuertes patrullas de a pie ojeaban la ciudad, deteniendo a los sospechosos.