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No quiso la que le habían preparado, sino otra mayor, con mejores vistas y peores muebles. La casona, inmensa, tenía amplios aposentos desmantelados y medio ruinosos. Todas aquellas ventanas carcomidas y gimientes las abrió el marino de par en par, y el sol se tendió perezoso en las estancias, y entraron con él en la casa los rumores soberbios del río y el garganteo melódico de los malvises.

A este público que me admitió la edición primitiva de estos libros, que recibe bien la ilustrada, y que tal vez, andando el tiempo, no ponga mala cara a otra, presentada en forma y condiciones diferentes, debo gratitud eterna. Mientras su favor me dure, yo no he de pecar de ingrato ni de perezoso.

Tenía tres o cuatro tertulias favoritas alrededor de sendos mostradores. Repartía el tiempo libre entre la botica de la Plaza, la librería Nueva, que alquilaba libros, y el comercio de paños de los Porches, propiedad de la viuda de Cascos. En este último establecimiento era donde encontraba su espíritu más eficaz consuelo; un verdadero bálsamo en forma de silencio perezoso y de recuerdos tiernos.

El rio lleva un curso perezoso y muy amplio, dividiéndose en numerosos brazos que abarcan islotes desiertos, llanos y enteramente verdes, que parecen pequeños bosques flotando á flor de agua. El vasto paisaje se compone de cinco términos ó decoraciones sucesivas.

Sonrió el cochero, sacudió un latigazo al aire, el caballo extenuado saltó sobre la carretera dos o tres minutos, y como si aquello fuese una falta de formalidad indigna de sus años, que eran muchos, volvió al paso perezoso sin protesta de nadie.

Allí abajo, sin embargo, estaba la lagartija. Giró nuevamente alrededor, resopló en un intersticio, y, para honor de la raza, rascó un instante el bloque ardiente. Hecho lo cual regresó con paso perezoso, que no impedía un sistemático olfateo a ambos lados.

De estampa continuaba bien, muy bien; algo desmadejadillo y perezoso, pero guapo, muy guapo; y como seguía el cambio de retratos, no ya entre los padres, sino entre los hijos directamente, si la sevillana había perdonado al primo muchos pecados de estilo en virtud de aquellas otras dotes físicas, también el mejicano, en vista de las extraordinarias de su prima, había sabido dispensarla el matraqueo de sus guasas, y con mayor facilidad las incurables faltas de ortografía.

Envidiaban a la gente rica que puede dormir de día y entretener su tiempo como mejor le parece. Rafael saltó a tierra molestado por la curiosidad de los grupos. Pronto estaría enterada su madre. Al subir al puente con paso tardo y perezoso, muertos los brazos por sus esfuerzos de remero, oyó que le llamaban.

Ya le pareció a don Quijote que era bien salir de tanta ociosidad como la que en aquel castillo tenía; que se imaginaba ser grande la falta que su persona hacía en dejarse estar encerrado y perezoso entre los infinitos regalos y deleites que como a caballero andante aquellos señores le hacían, y parecíale que había de dar cuenta estrecha al cielo de aquella ociosidad y encerramiento; y así, pidió un día licencia a los duques para partirse.

¡Uha! dijo el gigante; tengo que sacarme otro botón. ¡Qué estómago de avestruz tiene este hombrecito! Bien se ve que estás hecho a comer piedras. Anda, perezoso dijo Meñique, come como yo y se echó en el saco un gran trozo de buey. ¡Paff! dijo el gigante, se me saltó el tercer botón: ya no me cabe un chícharo: ¿cómo te va a ti, hechicero?