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Actualizado: 4 de julio de 2025
Tenía la inocente vanidad de que se le creyese un perezoso, y, en realidad, trabajaba intensamente, sin darle importancia, en un rincón de cualquier cafetín solitario, dando tregua a sus lecturas profundas y eruditas. Dedicó la mayor parte de sus horas a crearse una vida fantástica y únicamente interior, que para él tenía una absoluta realidad, como aquel M. Joyeuse, de Daudet.
Y la tierra, una tierra negra que llevaba en sus entrañas la reserva vital acumulada durante muchos siglos, por un cultivo débil y perezoso de brazos mercenarios, daba escape a su exceso de fuerza con un oleaje de plantas parásitas y nocivas que asomaban entre las cosechas. La escarda apenas si podía combatir esta florescencia de fuerzas perdidas.
Daba golpes en la puerta, y al contestarle yo decía: ¡Vamos perezoso! Ya está amaneciendo.... ¡Arriba! ¡Ya es hora!... Si has de ir con nosotras, ¡levántate! ¿No has oído el repique? Y la buena señora reía y bromeaba como una chiquilla. Aun no cesaba la música de las mil campanas villaverdinas.
No fué escrupuloso ni perezoso don Cleofás, y ejecutando lo que el espíritu le dijo, hizo con el instrumento astronómico gigote del vaso, inundando la mesa sobredicha de un licor turbio, escabeche en que se conservaba el tal diablillo, y volviendo los ojos al suelo vió en él un hombrecillo de pequeña estatura, afirmado en dos muletas, sembrado de chichones mayores de marca, calabacino de testa y badea de cogote, chato de narices, la boca formidable y apuntalada en dos colmillos solos, erizados los bigotes; los pelos de su nacimiento ralos, uno aquí y otro allí, a fuer de los espárragos, legumbre tan enemiga de la compañía que, si no es para venderlos en manojos, no se juntan.
El perezoso goza en su inaccion, pero bien pronto su desidia disminuye sus recursos, y la precision de atender á sus necesidades le obliga á un exceso de actividad y de trabajo.
Al recibidor de maderas de míster Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Deseado, un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o jueves... El hombre estiró lentamente los dedos de la mano. Un jueves... Y cesó de respirar. El cachorro Old salió por la puerta y atravesó el patio con paso recto y perezoso.
Vamos a tratar de convertirle en un perezoso; aquí no hay que pensar sino en descansar y en divertirse ¿no es verdad? Juan no contestó en seguida. Al fin consiguió dominarse y con voz casi exenta de vestigios de emoción dijo: Usted es demasiado buena en añadir estas palabras de bienvenida a la amable insistencia que han tenido en invitarme el señor y la señora Aubry.
Quizás no demos todo el fruto conveniente; pero flores ya hay; y viéndolas y admirándolas, aunque el fruto no responda a nuestras esperanzas, obligados nos sentimos todos a conservar y cuidar el árbol». B. Pérez Galdós Madrid, enero de 1901. Tomo I La heroica ciudad dormía la siesta. El viento Sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte.
Oyose en la sala una retahíla que parecía oración o romance de ciego; oyéronse bostezos, sobre los cuales trazaba cruces el perezoso dedo.... La familia de piedra dormía. Cuando la casa fue el mismo Limbo, oyose en la cocina rumorcillo como de alimañas que salen de sus agujeros para buscarse la vida.
La tía, aunque no sea más que por vergüenza, se apresurará a sacarla... De lo demás yo me encargo. Todo eso está muy bien dijo el conde después de una pausa, mirando con cariño a su hija. Sólo hay un punto negro. Ya lo sé; el madrugar, ¿verdad? Yo me encargo de despertarte... ¡No, no! exclamó asustado. Prefiero ir directamente a casa de la prima. ¡Qué hombre tan perezoso!
Palabra del Dia
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