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En la plaza, frente al cafetín donde Mistral pasa las veladas jugando su partida con su amigo Zidore, habían encendido una hermosa hoguera... Organizábase la farándula.

En la puerta del cafetín amontonábase la granujería, siguiendo con mirada ávida el voltear de los trozos de pasta entre las burbujas del aceite, y dentro del establecimiento, los hombres, formando corrillos ante el mostrador, hablaban a gritos o se impacientaban al ver que el cafetinero, según propia afirmación, no tenía bastantes manos para servir a todos.

Cerca de la puerta se encontraba á principios del siglo XIX, en un hueco de la pared, el célebre cafetín llamado de Julio César, donde se reunía por la noche gente maleante, que tenía siempre cuentas pendientes con la justicia. Las más importantes obras efectuadas en la puerta de Triana fueron las que se llevaron á cabo en 1787, siendo Asistente don José Ábalos.

Antes de llegar a mi vivienda era fuerza que atravesase por entre el multitudinoso ejército de ocupación, recibiendo continuos dardos meretricios y padeciendo asechanzas y requerimientos, así orales como de hecho, puesto que alguna se asía de mi brazo; de manera que, por zafarme de estorbos y reponerme de la fatiga, solía yo algunas veces acogerme a un cafetín, que era donde las individuas vivaqueaban, y allí convidaba a las que más me atosigaban, con que las dejaba mansas, nutridas y satisfechas.

Zamacois, Roberto Castrovido, escriben sus admirables novelas y sus artículos maravillosos sobre una mesa de mármol, con un tinterillo menguado, entre el bullicio, envueltos en el humo de las salas de un cafetín de barrio. Es éste un milagro de aislamiento entre la muchedumbre, para el que es preciso una gran fuerza mental. Valle-Inclán escribe en la cama, con lápiz.

Y se desabrochó la levitilla y la camisa, mostrando la pequeña bolsa de cuero sudada y negruzca que pendía sobre su pecho. ¡Macanas!... ¡Macanas! repitió el extranjero, apurando el resto de la botella de barro y empezando otra que acababa de traer el dueño del cafetín.

Volvieron el rostro al cafetín, y como personajes de tragedia, lanzaron una eterna maldición sobre la cabeza de Espantagosos, un ladrón que, al quedarse sin dinero dos hombres honrados, les echaba a la calle sin más miramientos. El humo de la falla, denso y pegajoso, les hizo toser; pero se detuvieron ante el rescoldo enorme como un brasero de gigantes.

Estaba envuelto en el humo azulado, sutil y picante que se escapaba del fogón de los buñuelos; un vaho grasoso, inaguantable, capaz de hacer llorar y toser a los monigotes de la falla Y lo primero que vio al volver de sus ensueños fue un par de viejos que, asomados a la puerta del cafetín, le miraban con sonrisa burlona.

Tienes razón; vámonos a un café, sígueme. Andando muy de prisa, llegaron a un cafetín cercano a la calle de Atocha, sentáronse y acercóseles el mozo: ¿Qué va a ser? ¿Qué quieres tomar? preguntó don Juan a la muchacha. Café con media de abajo. Pues yo... chica de cerveza. Hasta en botella le gustan a usted. Si son como , ya lo creo. No me peino pa señores.

Salí sin volverme a mirarle, sin haberle oído resollar. La ciudad se arrebujaba en la luz cenizosa y aterida de los amaneceres. Me encaminé, rápido, al cafetín. Allí, en su rincón acostumbrado, con el vaso de recuelo ante , Angustias esperaba al Tirabeque. Mujer, ven conmigo le dije, emocionado y conminatorio. Angustias se levantó . Sígueme.