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Mas, al despertar ligero de las dichas de mi sueño, y abandonar el beleño de aquel cuadro lisonjero; sólo escucho el lastimero movimiento de las aguas y el ruido de las piraguas que surcan río cercano, perdiéndose por el llano a impulsos de hábil remero. Dije mal; no se ha perdido la impresión de mi memoria.

Sus visitas terminaban en la cocina, invitado por el tío Caragòl, que le trataba con una familiaridad paternal. El joven remero estaba sudando. «¿Un refresquet?...» Y preparaba su dulce mixtura, que hacía caer á los hombres de un solo salto en las nebulosidades de la embriaguez. Esteban tenía en mucho los «refrescos» del cocinero.

La Orden dio por el rescate de su heroico guerrero centenares de esclavos, naves y cargamentos, como si fuese un príncipe. Años después fue don Príamo el que, entrando en una galera de Malta, encontró encadenado en un banco de remero al intrépido Dragut. Se repitió la escena sin sorpresa para ambos, como si el encuentro fuese natural. Se estrecharon las manos. ¡Cosas de la guerra! dijo uno.

Pero lo más útil de todo fué que, mañosamente, fabricaron con pieles cosidas á la ligera, á la par que resistente, máquina donde se aventura aquel hombre intrépido y á la que ha dado el nombre de barca. Vehículo más que mezquino, largo, delgado y que tan poco pesa, está herméticamente cerrado, menos un agujero do se mete el remero, apretando el cuero á su cintura.

Y el viejo Alain, que se jactaba de ser un buen remero, púsose á mover metódicamente los remos, lo que le daba el aire de un pájaro pesado que hace vanos esfuerzos para volar. Es necesario continuó diciendo la señorita Margarita que venga á arrancarlo á usted de su castillejo, pues van dos días que se encierra en él obstinadamente.

Volvímos á Flüelen, y en vez de embarcarnos de nuevo en un vapor para dirigirnos á Schwyz por Brunnen, tomamos una pequeña barca manejada por solo un remero. Este era el único medio de poder apreciar de cerca las magnificencias geológicas de la parte del Waldstatter llamada lago de Urí.

Al día siguiente, una repentina confianza se sobrepuso á esta inquietud. Se acordó del capitán tal como le había visto algunas veces al celebrar desde la cubierta del buque sus hazañas de remero en el puerto de Barcelona ó al comentar con los amigos la inteligencia y la fuerza de su hijo.

Envidiaban a la gente rica que puede dormir de día y entretener su tiempo como mejor le parece. Rafael saltó a tierra molestado por la curiosidad de los grupos. Pronto estaría enterada su madre. Al subir al puente con paso tardo y perezoso, muertos los brazos por sus esfuerzos de remero, oyó que le llamaban.