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Actualizado: 13 de junio de 2025
La pobre Alemania no hacía mas que defenderse... Repitió Ferragut todo lo que había escuchado en casa de la doctora, para terminar con tono de reproche: ¿Y tú estás al lado de los ingleses, Tòni? ¿Tú, un hombre de ideas avanzadas?... Se rascó la barba el piloto con una expresión de perplejidad, rebuscando las palabras fugitivas. No ignoraba lo que debía responder.
Pero ¿cómo se llamaría aquel amigo al que hablaba de tú?... Se rascó la cabeza, frunciendo las cejas con expresión reflexiva; pero su indecisión fue corta. Oye, tú: ¿cómo es tu grasia? Perdona... ya ves, ¡con tanta gente!... El joven ahogó bajo una sonrisa de aprobación su desencanto al verse olvidado del maestro y dio su nombre.
Sancho, que había estado muy atento a la narración del primo, le dijo: -Dígame, señor, así Dios le dé buena manderecha en la impresión de sus libros: ¿sabríame decir, que sí sabrá, pues todo lo sabe, quién fue el primero que se rascó en la cabeza, que yo para mí tengo que debió de ser nuestro padre Adán?
Mientras no hundamos a Barbacana, no se hará nada en Cebre. ¡Corriente! Pues facilítenos usted la manera de hundirlo. Ganas no faltan. Trampeta se quedó un rato pensativo, y con la cuadrada uña del pulgar, quemada del cigarro, se rascó la perilla.
Supongo le dije que me habrá dejado usted algún tema disponible, aunque sea de segundo o tercer orden. Fernández Flórez se rascó la cabeza. Veamos, veamos insistí yo . Ha hecho usted ya el artículo de la lluvia, el del Casino, el de las pulgas... Los había hecho todos, y, además, los había hecho como yo precisamente hubiese querido hacerlos. «Voy a tener que volverme a Madrid», pensaba yo.
Cansada de su inútil escrutinio y guardando las llaves, que formaban apretado racimo, digno del arsenal de una compañía de ladrones, doña Lupe se sentó a meditar, y poniéndose una mano sobre el pecho de algodón y acariciándoselo, se rascó con los dedos de la otra la frente, allí donde principia el cabello, como quien estimula la generación de una idea, y dijo: «Pues si efectivamente no le ha dado nada, hay que reconocer que ese hombre es el mayor de los indecentes».
Contemplólo Simoun detenidamente, lo abrió y lo cerró repetidas veces: era el mismo relicario que María Clara llevaba en la fiesta de San Diego y que en un movimiento de compasion había dado á un lazarino. Me gusta la forma, dijo Simoun, ¿cuánto quiere usted por ella? Cabesang Tales se rascó la cabeza perplejo, despues la oreja y miró á las mujeres.
Primo se rascó la oreja, rasgueó distraídamente la guitarra después, y, por último, dijo mirándome francamente a la cara: Yo que usté, cabayero, tomaría el olivo en er primer tren de la mañana. ¡Pchs! silbé yo, alzando los brazos con desdén. El guitarrista me dirigió una mirada donde creí ver mezcladas la lástima y la admiración. La animación, en tanto, iba creciendo entre los barbianes.
¡Carambas! ¡que no le han de dejar á uno almorzar en paz! Es el tercer día que viene; es una pobre muchacha... ¡Ah, demonios! exclamó el P. Camorra; yo me decía: algo tengo que decir al General, para eso he venido... ¡para apoyar la peticion de esa muchacha! El General se rascó detrás de la oreja.
Allí abajo, sin embargo, estaba la lagartija. Giró nuevamente alrededor, resopló en un intersticio, y, para honor de la raza, rascó un instante el bloque ardiente. Hecho lo cual regresó con paso perezoso, que no impedía un sistemático olfateo a ambos lados.
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