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Actualizado: 13 de junio de 2025
Extendió una mano hacia atrás y rascó la puerta con la uña, produciendo un rumor semejante al de los ratones... El fino y atento oído de la dama se dio por enterado. Carmen, vaya V. al comedor, y tráigame un vaso de agua... ¡Siento un picor en la garganta!... ¡Jesús, qué tos tan rara! Y la dama tosió hasta querer reventar.
Después de comer ¡y aquí principia el cambio de mi fortuna! pregunté a mis futuros suegros si les gustaba el bridge... Esperaba yo me contestaran que deliraban por él, como personas comme il faut... Pues en vez de eso, el dueño de casa se rascó la nariz, preguntando extrañado: ¿El bridge?... ¿Es un juego de billar?...
No; salió después de comer. ¿Necesitas verle? ¿es urgente el asunto? Pues entonces... y se rascó la cabeza como si dudase , entonces puedes buscarlo en tu casa; de seguro lo encontarás. No sé qué demonios tiene que hacer, siempre metido allí. ¿Es que tu mamá juega también a la Bolsa? Juanito no quiso oír más, y salió a buen paso con dirección a su casa.
El marqués se rascó la punta de la oreja, y le contestó que la sociedad necesitaba un desagravio, y que pues en el Puente había dado el escándalo, era preciso que en el Puente se ostentase una obra cuyo mérito hiciese olvidar la falta del hombre para admirar el genio del artista. Y con esto, su excelencia giró sobre los talones y tomó el camino de la puerta.
Maxi se rascó una oreja, y sacando de su alma a los labios una sonrisa extraña, cuya significación no pudo entender la señora de Quevedo, «la pájara mala dijo con acento de niño mimoso , enséñemela usted... y el pollo... enséñemelo también». No, no, ahora no replicó doña Desdémona empujándole hacia la puerta . Mañana los verá... Vaya ahora a decirle esto a su tía. v
Tanto le interesaba la relación. Y bien le dijo, muy cariñosa, cuando ésta fue acabada , ¿qué me toca hacer a mí en ese triste proceso? ¿De qué modo puedo yo tener la suerte de hacer algo por la causa de usted? Leticia bajó algo la cabeza, sin dejar de sonreírse, y se rascó un poquitín la sien derecha con un dedo, muy mono por cierto.
El espada detuvo el paso y se rascó los pelos por debajo del sombrero. Es que... murmuró con indecisión es que... me da vergüensa. Vaya, ya está dicho: sí señor, vergüensa. Ya sabe usté que yo no soy un lila, y que me traigo mis cosas con las mujeres, y que sé desirle cuatro palabras a una gachí como otro cualquiera. Pero con ésta, no.
Comprendió que le vendría muy bien en aquel caso un recuerdo histórico, y volvió a fruncir el ceño. Esto era difícil en extremo y su cerebro no tenía capacidad para contener un suceso histórico. Equivalía a querer meter, no ya una moneda, sino un camello dentro de la hucha. Pensó mucho y se rascó la frente.
Buenas tardes, señor Princetot... Ya veo que no me reconoce usted. El Príncipe medio cerró de nuevo sus pequeños ojos, se pasó la mano por sus cabellos ya enteramente blancos, se rascó la oreja y dijo descubriendo su gran perplejidad: A fe mía, señor, que no tengo el placer... Soy, no obstante, uno de sus antiguos huéspedes... El señor Delaberge.
La dalaga, vió que Bindoy se paró, que miró, y que abrió la boca; oyó que pronunció el eureka tagalo, ó sea el característico, ¡aba! y sobre todo, observó que bajó la mano y se rascó con el mismo mimo y parsimonia que podría hacerlo un gitano sobre el lomo de un pollino en feria, y visto y oído lo anterior, dejó jalo dentro del lusong y miró de reojo á Bindoy como diciendo, mañana tú serás el que piles.
Palabra del Dia
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