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También iba Potaje, que es persona de arguna edá y de respeto, aunque sea un bruto. Nunca se ríe. La madre del torero se indignó con esta excusa. ¡Potaje! Un mal hombre, que Juaniyo no debía yevar en su cuadrilla si tuviese vergüensa. No me hables de ese borracho, que le pega a su mujer y tiene muertos de hambre a los chicos. Güeno: fuera Potaje... Digo que vi aqueya señorona, ¿y qué iba a hasé?

Dirá que yo le abandono y le dejo andar hecho un pordiosero. ¡Es una vergüensaSi se quedaba en casa y jugaba con los criados, la señora se ponía furiosa, le dolía la cabeza, hablaba de la bajeza de sentimientos que el muchacho revelaba, allanándose a estar siempre entre la servidumbre, e increpaba duramente al brigadier porque no sabía educar a su hijo.

De una cosa estaba satisfecha únicamente, y es que no le daba por mujeres. Si fuese así, Paca se creía capaz de envenenarle. Todo menos eso. Mire uté, señorito: es un perdío sin vergüensa, un lechonaso que se cae por las caye... ¡Esto es lo que no pueo aguantar!

Y firme en su ceguera de madre, que hacía caer toda la responsabilidad de los actos del espada sobre sus acompañantes, siguió increpando al Nacional. Ya le diré a tu mujer quién eres. La probesita matándose en su tienda, del amaneser a la noche, y yéndote de juerga, como un chaval. Debías tener vergüensa... ¡a tus años! ¡con tanto chiquiyo!...

El espada detuvo el paso y se rascó los pelos por debajo del sombrero. Es que... murmuró con indecisión es que... me da vergüensa. Vaya, ya está dicho: señor, vergüensa. Ya sabe usté que yo no soy un lila, y que me traigo mis cosas con las mujeres, y que desirle cuatro palabras a una gachí como otro cualquiera. Pero con ésta, no.

¡Miau! ¡Miau! respondió Fierabrás, sin abandonar la posición cuadrúpeda, comenzando a dar vueltas en torno a su esposa y a frotarse contra ella, como un gato que quiere ser acariciado. ¿No te dará vergüensa argún día de ser el hasmerreí der barrio? ¿No tendrás argún día compasión de tus pobresitos hijos? ¡Miau! ¡Miau! ¡Quita ayá, bandolero! ¡Vamos a ver cómo entras ahora mismito! ¡Miau! ¡Miau!

Usté es un probe como yo, pero con más suerte, con más aquel en su ofisio, y si ha hecho dinero, bien se lo yeva ganao. Yo le tengo mucha ley, señó Juan. Le quiero porque es un mataor de vergüensa, y yo tengo debiliá por los hombres valientes. Los dos somos casi camarás; los dos vivimos de exponer la vida.

Si me sale blando y sin vergüensa le doy un goyetaso ¡y a viví!... A me podrá hasé peaso un toro, ¡pero en la vía un roío buey!