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Indudablemente su situación, la de Bonis, se había complicado desde la noche anterior. «Hueles a polvos de arroz», había dicho la engañada esposa, tres veces lo había dicho, y en vez de irritarse... de envenenarle o ahorcarle... ¡cosa más rara!...
Si alguna vez se inclinaban ambos para contemplar cualquier objeto y sus cabezas se tocaban, Amalia no separaba la suya, dejaba que el conde aspirase la fragancia de ella largo rato cual si tratase de envenenarle. Se preocupaba de sus trajes y le imponía sus gustos. No debía ponerse levita; el frac azul le sentaba admirablemente. ¿Por qué gastaba guantes oscuros?
De una cosa estaba satisfecha únicamente, y es que no le daba por mujeres. Si fuese así, Paca se creía capaz de envenenarle. Todo menos eso. Mire uté, señorito: es un perdío sin vergüensa, un lechonaso que se cae por las caye... ¡Esto es lo que no pueo aguantar!
La Gorgheggi extendió un brazo y señaló a lo alto, hacia el coro: Del organista. ¡Ah! exclamó Bonis, como si hubiera sentido a su amada envenenarle la boca al darle un beso.... Se separó del altar; se afirmó bien sobre los pies; sonrió como estaba sonriendo San Sebastián, allí cerca, acribillado de flechas. Serafina..., te lo perdono..., porque a ti debo perdonártelo todo.... Mi hijo es mi hijo.
Palabra del Dia
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