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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Su imaginación, excitada por la frecuente lectura de novelas de viajes, le había hecho concebir un tipo de marino heroico, atrevido, galanteador, y capaz de tragarse á jarros las bebidas más incendiarias sin pestañear. El quería ser así; todo buen navegante debe beber.

Era un Febrer elegante y galanteador, que había entusiasmado a las damas de Palma en el famoso auto de fe, con un vestido nuevo de paño de Florencia recamado de oro, jinete sobre un corcel tan vistoso como su dueño y llevando el estandarte del Santo Tribunal. El jesuita hablaba con líricos arrebatos de su gentil apostura.

¡Eso no! exclamó el sillero atacado de súbita vanidad. En nuestra familia nunca se ha engañado a nadie. Podremos, si a mano viene, dar un golpe desgraciado o una cuchillada en un pronto, pero ha de ser por delante. Hacer traición, ¡jamás! No quedó muy satisfecho el viejo galanteador de estas cualidades nativas de la familia.

Ya no podía bastarle poseer a Cristeta como a una mujer cualquiera; quería saber si aún era amado de ella; aquilatar qué clase de afecto profesaba a su marido, o lo que fuese; obtener pleno conocimiento del origen del niño; en fin, salir de dudas. La frívola pertinacia del galanteador de oficio, la tenacidad irritante del mujeriego afortunado, habían cedido el puesto a móviles más serios.

Será necesario deciros quién es, para que veáis que no hay ultraje. Sólo una persona pudiera no ultrajarme... una persona tal, que ni aun para pudiera pasar por galanteador. ¿Habéis adivinado? No, no he adivinado; he dicho únicamente que sólo hay una persona que pudiera pretender ser mi amante sin que yo le conociera. Pues bien; decidme el nombre de esa persona...

Gracias á esta posición gozaba de preeminencia entre el paisanaje, al cual pertenecía por el nacimiento y al cual no trataba con excesiva consideración. Galanteador sempiterno, rendido adorador del bello sexo, su digna esposa la buena D.ª Robustiana sufría con él la pena negra, necesitando vivir noche y día alerta para desbaratar sus planes artificionos de seducción.

Justificado así el trabajo que en discurrir iba a tomarse, el Condesito discurrió lo que en resumen vamos a exponer. Las desconocidas eran sevillanas. No podían ser malagueñas, como presumió aquel ignorante. Confundir a una sevillana con una malagueña es un error tan craso en un galanteador andaluz, que debe saber de mujeres, como en un cazador confundir una codorniz con una tórtola.

No hay nada que desconcierte tanto a un galanteador de damas, sobre todo cuando tiene pretensiones a sus favores como un pequeño incidente de esa especie. Juana de Maurescamp, que era tan sagaz como cualquier otra, y aun más, no, pudo dejar de reírse del contraste que ofrecía el señor de Monthélin con su expresión amable y la inquietud manifiesta que le causaba la agresión de Toby.

Porque don Aquiles Vargas, de suyo honradote y trabajador, de alegre carácter en corro de amigos y hasta galanteador de afición en sus horas perdidas, tenía un geniecito que no había quien le aguantara en la casa, y sólo una mujer de las condiciones apuntadas, sorda, muda y ciega, podía salir airosa de tan difícil cometido.

Clara estuvo allá hace unos meses. El sobrino es joven, decidorcillo, medio galanteador.... ¿Necesito decir más? Vamos, ya pareció aquello dijo Bozmediano con mucho interés. Apuesto á que es su novio. Pues ganará usted. Yo estuve en Ateca en aquellos días, y supe que los dos chicos se querían. Me parece que se quieren todavía.

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