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El amo no se diferenciaba de Fermín en más de media docena de años; también lo había visto él correr como un muchacho por la viña en tiempos del difunto don Pablo; pero ahora era el jefe de la familia, el director de la casa, y él entendía la autoridad a uso antiguo, ceñuda e indiscutible como la de Dios, con gritos y arrebatos de cólera, apenas adivinaba la más ligera desobediencia.

Al verse en campo raso, donde no podía temer nuevos arrebatos del novio, se abandonaba, apoyábase en él con desmayo, acariciándolo con el soplo de su respiración, mirándole de tan cerca, que Maltrana creía sentir el calor de sus ojos de brasa. Finalizaba la tarde. Ocultábase el sol, y en el cielo de suave color de violeta flotaba la luna como una nubecilla pálida, borrosa aún por la luz diurna.

Allí eran los últimos arrebatos de cariño; y las pobres mujeres, después de desaparecer sus hijos, aún permanecían inmóviles, mirando con estúpida fijeza, al través de sus lágrimas, al rey que, espada en mano, corona la obra arquitectónica de Churriguera. Isidro también encontraba a su madre al volver al Hospicio en los días de paseo.

Era el Egipcia mas forzudo que su contrario, Zadig era mas mañoso: este peleaba como un hombre que guiaba el brazo por su inteligencia, y aquel como un loco que ciego con los arrebatos de su saña le movia á la aventura.

Después de sus arrebatos de indignación, sentíase débil, reblandecido, anonadado por aquel misterio, que sólo había podido columbrar. Hablaba con dulzura, con humildad, recordando a la joven el estrecho cariño que unía sus vidas.

La maternidad apasionada y ruidosa de la hembra popular estallaba con fieros arrebatos a la vista de los pequeños. Los besos parecían mordiscos; las caras de los asilados se enrojecían con los violentos restregones; muchos se echaban atrás, como temerosos de la primera efusión.

Sentía arrebatos heroicos en mi corazón, impulsos sublimes... Todo murió al subir al altar con un hombre que me era repulsivo... Los demás hombres no hicieron nada por redimirme... al contrario; contribuyeron a encenagarme más y más en la prosa de la vida.

La hembra, en sus pudores o sus arrebatos, plagiaba sin saberlo a sus abuelas, que habían sido, según las épocas, tentadoras con una virtud hipócrita o francamente mesalinescas.

Rafael había querido amarla en los primeros tiempos de su matrimonio. Deseaba olvidar; sentía los mismos arrebatos apasionados y juguetones de aquellos días en que la perseguía por los huertos. Pero ella, pasada la primera fiebre de amor, satisfecha su curiosidad de doncella ante el misterio del matrimonio, opuso en adelante una pasividad fría y grave a las caricias del marido.

Era un Febrer elegante y galanteador, que había entusiasmado a las damas de Palma en el famoso auto de fe, con un vestido nuevo de paño de Florencia recamado de oro, jinete sobre un corcel tan vistoso como su dueño y llevando el estandarte del Santo Tribunal. El jesuita hablaba con líricos arrebatos de su gentil apostura.