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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Apoyábase en la moca o porra claveteada de clavos de plata, y con acento melancólico y prolongado, cantaba una copla del país, y contestábale desde enfrente una morenita vestida de ribereño, con su chaleco muy guarnecido de botones de filigrana y su faja recamada de pájaros y flores extravagantes, echando la firma, consistente en tres versos irregulares, improvisados siempre, con sujeción al asunto de la copla; al concluir la firma, salían del corro de espectadores varios ¡ju... jurujú! agudísimos.

Otro círculo de algas coronaba su peluca bermeja, y entre esta peluca y las barbazas de inflamado color ensanchábase el rostro rubicundo, carrilludo, granujiento, una cara de borracho perseverante y bondadoso como las que se ven en las muestras de las cervecerías. Apoyábase al andar en un tridente que tenía varias sardinas ensartadas.

Al verse en campo raso, donde no podía temer nuevos arrebatos del novio, se abandonaba, apoyábase en él con desmayo, acariciándolo con el soplo de su respiración, mirándole de tan cerca, que Maltrana creía sentir el calor de sus ojos de brasa. Finalizaba la tarde. Ocultábase el sol, y en el cielo de suave color de violeta flotaba la luna como una nubecilla pálida, borrosa aún por la luz diurna.

Magdalena, dechado de elegancia y distinción, apoyábase en su novio y éste, radiante de felicidad, olvidándose de los espectadores, del bullicio del baile, del ritmo de la música, y anegando sus miradas en los ojos entornados de Magdalena, confundiendo con ella su aliento y escuchando los latidos de sus corazones, unidos por misteriosa corriente magnética, sintiose contagiado por la embriaguez que dominaba a su novia y le trastornó el vértigo.

Palabra del Dia

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