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Mas no se espere que yo aqui la escriba, Sino en la parte quinta, en quien espero Cantar con voz tan entonada y viva, Que piensen que soy cisne, y que me muero. Oyó el señor del humido tridente Las plegarias de Apolo, y escuchólas Con alma tierna y corazon clemente. Hizo de ojo, y dió del pie á las olas, Y sin que lo entendiesen los poetas En un punto hasta el cielo levantólas.

Las ninfas en sus humidas alcobas Sienten tu rabia, ó vengativo Nume, Y de sus rostros la color les robas. El nadante poeta que presume Llegar á la ribera defendida, Sus ayes pierde y su teson consume. Que su corta carrera es impedida De las agudas puntas del tridente, Entonces fiero y aspero homicida.

Esta trasmutacion fue hecha en suma Por Venus de los languidos poetas, Porque Neptuno hundirlos no presuma. El qual le pidió á Febo sus saetas, Cuya arma arrojadiza desde aparte A Venus defraudara de sus tretas. Negóselas Apolo; y veis do parte Enojado el vejon con su tridente, Pensandolos pasar de parte á parte;

Otro círculo de algas coronaba su peluca bermeja, y entre esta peluca y las barbazas de inflamado color ensanchábase el rostro rubicundo, carrilludo, granujiento, una cara de borracho perseverante y bondadoso como las que se ven en las muestras de las cervecerías. Apoyábase al andar en un tridente que tenía varias sardinas ensartadas.

Neptuno, gran personaje en las logias, que, despojado del tridente, la corona de algas y los simbólicos tres puntos, quedaba reducido en la vida ordinaria a un don Francisco Javier Pérez Cueto, fabricante de almidón en uno de los arrabales de la corte, entidad perfectamente desconocida para todo el mundo, tras de la cual, según opinión de algunos, ocultábase cierto personaje famoso que vivió y murió haciendo ruido.

Como nuestros antepasados, continuamos todavía mirando al río con una especie de terror religioso, puesto que aun no lo hemos dominado. No es, como el arroyo, una graciosa náyade con su cabellera coronada de juncos; es un hijo de Neptuno que, en su formidable mano, blande el tridente.

Cuando el grupo de gente de la Pola, en cuyo centro venían el gaitero y el tamborilero, desembocaron en la plazuela, se hallaba ya ésta poblada de hombres, de mujeres y niños, aunque todavía predominasen éstos. Linón de Mardana se dirigió con su tridente á la gran pirámide de árgoma, tomó de ella una razonable cantidad, la colocó en el centro y dió fuego.

Y él por ocultas vias y secretas Se agazapó debaxo del navio, Y usó con él de sus traidoras tretas. Hirió con el tridente en lo vacio Del buco, y el estomago le llena De un copioso corriente amargo rio. Advertido el peligro, al aire suena Una confusa voz, la qual resulta De otras mil que el temor forma y la pena.

Y su hilaridad ganó a los demás, dispuestos de antemano a alegrarse con todo lo que alterase la vida uniforme de a bordo. En fuerza de pasar entre las mesas y mirar con su aparato óptico, dio con la que ocupaba el comandante del buque, y apoyándose en el tridente, empezó un discurso en alemán, con voz ruda y autoritaria: Yo soy Tritón, y me envía mi señor Neptuno...

Con risa y ademanes verdaderamente juveniles, andaba de grupo en grupo animando á las doncellas y ofreciéndoles confites, embromando á los viejos, comunicando á todos la franca alegría que rebosaba de su alma. Cuando Linón se descuidaba en atizar la hoguera, él mismo le arrebataba el tridente de la mano y echaba sobre ella una gran porción de árgoma.