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Actualizado: 29 de julio de 2025
Es tradición milenaria que en el equinoccio de septiembre el seráfico y mansueto pastor San Francisco se siente malhumorado por una vez; descíñese el cordón, lo blande sobre el cielo a guisa de honda, acuden los rebaños de nubes, revientan los odres donde se guardan los vientos, rómpense las esclusas de las aguas celestes, se embravecen los mares, zozobran las barcas pescadoras, huyen las aves trashumantes, corren las bestias a sus cubiles, guarécense los hombres en el hogar y el corazón se empapa en una tristeza que es como el llanto de las cosas perecederas.
Un joven decidido y vigoroso En lo alto, con indómita energía, Cual bandera que ondea En terrible porfía, Ya blande victorioso Antorcha que flamea Para destruir el germen venenoso... Bajo los pies, la calavera chata En que ignorancia o muerte se retrata.
Como nuestros antepasados, continuamos todavía mirando al río con una especie de terror religioso, puesto que aun no lo hemos dominado. No es, como el arroyo, una graciosa náyade con su cabellera coronada de juncos; es un hijo de Neptuno que, en su formidable mano, blande el tridente.
Se acometen los dos: El chalán blande su pica, y el segundón, con arrogante brío, sigue clavándole los ojos, puestas en alto las manos ensangrentadas, para guarnecer su cabeza desnuda. Restalla el golpe. Entre las manos del segundón queda la pica, que vuela por los aires, luego, partida en dos. La lucha continúa brava, bella, rugiente.
Palabra del Dia
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