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Y hay también una tinaja con una tapadera de palo, y un pequeño lebrillo puesto en un soporte que está clavado en el centro de un pintoresco cuadro de azulejos, y una toalla limpia que cuelga de la pared y flamea al viento que se cuela del patio.

Aquel cobarde que del triunfo dude, Quien al tirano eternizado crea, El que á los gritos del honor no acude Y do el pendon de libertad flamea, Ese es un vil de corazon cobarde Do el entusiasmo de la patria no arde.

La chimenea, listada de rojo, despide un denso humacho negro; el chorro de desagüe surte espumeante y rumoroso; a proa se escapan ligeras nubecillas de la máquina de levar anclas. Lentamente va virando y enfila la boca del puerto; el hélice deja una larga espuma blanca; en la popa resaltan grandes letras doradas: C. H. R. Broberg-Cjobenhun; una bandera roja, partida por una cruz azul, flamea...

La revolucion de Mayo no es, pues, la primera por su órden cronológico, sinó por su objeto, por su poder, por sus resultados y su influencia en los destinos de la América toda, en cuya balanza puso su inteligencia, su oro, su sangre y su espada, y hasta su porvenir. Contempla al Norte en trece fajas bellas Como flamea el pabellon de estrellas Símbolo de las glorias de la Union.

Contempla al Norte, en trece fajas bellas Como flamea el pabellon de estrellas Simbolizando libertad y union; Y en la torre de su alto Capitolio La democracia antigua en su gran solio Con mas justicia y con mejor razon.

Y mucho me temo no volver jamás á aquel pueblo, á fin de evitar un recibimiento más caluroso que el que pudieran hacerme tres escuadrones franceses en Gascuña.... Pero mira aquella gran torre donde flamea el estandarte de los leones de oro; es la bandera real inglesa, con la divisa de nuestro príncipe. El edificio es la abadía de San Andrés, y allí se hospeda con su corte hace más de un año.

De la bandera que saluda en lo alto de un trinquete á la que flamea en lo elevado de un muro, encuentro la misma diferencia que en el pañuelo que absorbe una lágrima al que reprime una sonrisa. El muro acusa confianza, su enseña define una patria; la nave indica un peligro, su bandera constantemente escribe en sus pliegues un desconsolador adiós de despedida.

Los «frascos», arma terrible de los corsarios ibicencos, botellas ígneas que al romperse sobre la cubierta enemiga la incendiaban con su fuego, caen sobre el navío del «Papa». Arden los cordajes, flamea la obra muerta, y como demonios saltan entre las llamas Riquer y los suyos, la pistola en una mano, el hacha de abordaje en la otra.

¡Mira, hombre! acostumbraba a tutearme o a hablarme en impersonal en cuanto nos elevábamos un poco sobre el nivel de Tablanca . ¡Mira, Marcelo! ¿No jurarías que aquello que resplandece y flamea allá arriba, allá arriba, en aquel picacho, es la última de las luminarias con que el mundo festeja a su Creador mientras el sol anda apagado por los abismos de la noche? ¡Cosa buena! ¡Cosa grande!

La sólida fábrica de aquella espaciosa casa, á cuya sombra se alza la campana del templo; las aspilladas murallas que la resguardan; las plataformas y el bronce que la defienden; la estratégica situación que ocupa, y la bandera que flamea en lo alto del torreón, la asemejan más que á la casa del recogimiento y la oración, al antiguo baluarte de la Edad Media.