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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Papá tomó asiento en una roca, y se puso a rezar el oficio, y yo, entretanto, me eché por aquellos vericuetos, y subí y subí, hasta un picacho desde el cual se ve algo de los valles de Pluviosilla y de Villaverde. Llegué a la cima, y llegué fatigadísima.

¡Mira, hombre! acostumbraba a tutearme o a hablarme en impersonal en cuanto nos elevábamos un poco sobre el nivel de Tablanca . ¡Mira, Marcelo! ¿No jurarías que aquello que resplandece y flamea allá arriba, allá arriba, en aquel picacho, es la última de las luminarias con que el mundo festeja a su Creador mientras el sol anda apagado por los abismos de la noche? ¡Cosa buena! ¡Cosa grande!

Mi sitio favorito, a donde iba yo todas las tardes, era una roca casi plana, que parecía derrumbada del último picacho, y que ladeada sobre un peñasco, me brindaba cómodo asiento que circundaban buvardias coralíneas, cebadillas de suave fragancia, helechos maravillosos y vaporosas gramíneas que, mecidas por el viento, esparcían el pardo plumón de sus espigas maduras. ¡Qué panorama tan hermoso!

Entónces desciende corriendo, se reune con los demas, les dice «seguidmelos conduce á la cima, sin cansancio ni peligro, y allí los hace disfrutar de la vista del monumento, y de los magníficos alrededores que el picacho domina. La intuicion. Mas no se crea que las tareas del genio sean siempre tan laboriosas y pesadas.

Aquello dijo Sabas apuntando a la tromba , ha de pasar por aquí sin tardar mucho... ¡Y en qué sitio nos coge! Estaban a la sazón en el centro de una altura, casi una meseta, desamparada por todas partes y dominada hacia la izquierda por un picacho, entre el cual y la sierra se abría la boca de una barranca profundísima.

Un poco más arriba, en lo que pudiera, sin mucho agravio de la verdad, denominarse llano, y antes de llegar a la ermita, todavía en la penumbra que nos haría invisibles a no muy larga distancia, atracó su rocín al mío; y deteniéndole por las riendas que casi me arrancó de las manos, después de detener el suyo, me dijo apuntando con su diestra ociosa a un altísimo y lejano picacho, en cuya cúspide se estrellaba el primer rayo de sol que penetraba en aquellas montaraces regiones.

Así, se levanta en una cordillera de escarpadas montañas un picacho inaccesible, donde al parecer se divisan algunos restos de un antiguo edificio: un hombre curioso y atrevido concibe el designio de subir allá; mira, tantea, trepa por altísimos peñascos, se escurre por pasadizos impracticables, se aventura por el estrechísimo borde de espantosos derrumbaderos, se ase de endebles plantas y carcomidas raices, y al fin cubierto de sudor y jadeando de cansancio, toca á la deseada cumbre, y levantando los brazos clama con orgullo: «¡ya estoy arriba!....» Entónces domina de una ojeada todas las vertientes de las cordilleras; lo que ántes no veia sino por partes, ahora lo ve en su conjunto: mira hácia los puntos por donde habia tanteado, ve la imposibilidad de subir por allí, y se rie de su ignorancia.

En un picacho estaba el depósito y para ocultarlo veíase agrupado en torno del monte el caserío de cartón que fingía ser la ciudad de Belén, sobre cuyos minaretes de cartulina ondeaba la bandera española.

Al llegar de Inglaterra una remesa de mil ó dos mil libras esterlinas, bajaba arrogantemente desde su picacho al Casino. Un gran deber llenaba su existencia, y debía cumplirlo. ¡Esta vez iba á triunfar!

Un viento fresco terral hinchó el foque de nuestro esquife, y una ligera maniobra para amurar su blanca vela latina nos puso en rumbo, teniendo á la banda de estribor, en primer término, el picacho de Capuntucan, divisándose en la misma dirección, en lejanos horizontes, las costas de Manito, cuya blanca torre se destaca sobre la colina de verdura en que se asienta.

Palabra del Dia

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