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Actualizado: 12 de junio de 2025


La estrecha cañada por donde corre el riachuelo de Villoria es de una belleza encantadora. Las colinas que la forman verdes, cubiertas á trechos de árboles. El río desciende tan pronto suave como rumoroso, pero siempre límpido. El camino sombreado de avellanos.

La capital dominadora y triunfante parecía abrumar el espacio con su pesada grandeza. Reía, destacándose sobre el azul del cielo, con el temblor de las grandes vidrieras de sus palacios heridas por el sol, con la blancura de sus muros, con el verde rumoroso de sus jardines, con la esbeltez de las torres de sus iglesias.

Maltrana creía verle con diverso aspecto en las varias horas del día: soñoliento y torpe al amanecer; alegre y risueño después de las abluciones matinales; pesado y cabeceador luego de mediodía, al adormecerse el Océano bajo el incendio solar; melancólico y rumoroso como un jardín antiguo a la caída de la tarde, cuando las cubiertas se teñían de un rojo naranja, prolongándose las sombras de las personas con la esbeltez de los cipreses; ruidoso y frívolo al cerrar la noche, con una alegría semejante al hervor del champán, a la sonrisa de unos labios pintados, a la languidez de unos ojos engrandecidos por el kohol.

El río corre rumoroso, de escalón en escalón, entre dos ringlas de viejas casas; las calles son estrechas, sórdidas; un olor de humedad y cocina se exhala de los porches oscuros; tocan las campanas a las novenas; entran y salen en las iglesias mujeres con mantillas negras, hombres que remueven en el bolsillo los rosarios.

De todos modos, aquellos fuertes toques de luz que salían de los patios, aquel soplo rumoroso que pasaba a través de la enrejada puerta, animaban la calle y esparcían por la ciudad ambiente de cordialidad y de alegría.

Imitaba, esforzándose, la majestuosa sonoridad del coro wagneriano; remedaba con murmullos a flor de labio el rumoroso acompañamiento de la orquesta, y Rafael batía el agua con sus remos al compás de la melodía piadosa y entusiasta con que el gran maestro había impetrado el favor de la poesía popular, saludando la aparición de la Reforma. Iban río arriba, luchando contra la corriente.

Pues parece que jura. Ya no hay vergüenza en España... Pero no veo al obispo de Orense. El obispo de Orense no jura murmuraron las tribunas en rumoroso coro. Y en efecto, el obispo de Orense no juró. Hiciéronlo humildemente los otros cuatro, con mala gana sin duda. La opinión pública en general estaba muy pronunciada contra ellos.

Rafael, con el recogimiento de un devoto, se sentaba en un rincón, y contemplando los soberbios hombros sobre los cuales ondeaban como plumas de oro los rizados bucles de la nuca, oía aquella voz hermosa que sonaba dulce y velada, mezclándose a los desmayados acordes del piano, mientras que por las abiertas ventanas entraba la respiración del huerto rumoroso bajo la dorada luz del otoño, el perfume sazonado de las naranjas maduras que asomaban sus caras de fuego entre los festones de hojas.

La señora llamó a su doncella. Su voz sonora, pastosa, vibrante, lanzó unas palabras de las que apenas pudo Rafael alcanzar las principales sílabas. El rumoroso silencio de la altura pareció plegarlas y confundirlas; pero el joven estaba seguro de que no había hablado en español. Era sin duda una extranjera...

Estaba en la sala del Renacimiento, pero toda su atención fué atraída por la pieza inmediata, la rotonda central del Casino, el llamado salón de Schmit, al que convergen los otros salones y que parece prolongarse por debajo de las portadas divisorias hasta el fondo del edificio. Un silencio rumoroso surgía de las aglomeraciones humanas en torno de las mesas verdes.

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