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Actualizado: 12 de julio de 2025
La chimenea, listada de rojo, despide un denso humacho negro; el chorro de desagüe surte espumeante y rumoroso; a proa se escapan ligeras nubecillas de la máquina de levar anclas. Lentamente va virando y enfila la boca del puerto; el hélice deja una larga espuma blanca; en la popa resaltan grandes letras doradas: C. H. R. Broberg-Cjobenhun; una bandera roja, partida por una cruz azul, flamea...
En la inmovilidad de los puertos entraban por el ventano el chirrido de las grúas, los gritos de los cargadores, las conversaciones de los que ocupaban los botes en torno del trasatlántico. En alta mar era el silencio fresco y rumoroso de la inmensidad lo que llenaba su dormitorio.
Surgen de las entrañas de la tierra por un pozo circular que abren trabajosamente; se izan á la primera brizna de hierba que encuentran, desgarran su dorso repeliendo una envoltura seca como pergamino, y aparecen de un color verde tierno que rápidamente se obscurece. Luego trepan á los árboles, animando el silencio rumoroso de la Naturaleza con su música incansable.
¡No ocurrírsele nunca asomar la cabeza fuera de Palma para ver el campo, de un verde tierno, con sus acequias susurrantes; el cielo, de suave azul, en el que flotaban islotes de blancos vellones; las colinas, de un verde obscuro, con sus molinillos de viento braceando en la cumbre; las sierras abruptas, de color de rosa, cerrando el fondo; todo el paisaje risueño y rumoroso que había asombrado a los navegantes antiguos, haciéndoles llamar a Mallorca la isla Afortunada!... Cuando, gracias a su casamiento, adquiriese una fortuna y pudiera rescatar el hermoso predio de Son Febrer, pasaría en él la mayor parte del año, lo mismo que sus ascendientes, haciendo la vida rústica y benéfica de un gran señor, dadivoso y respetado.
Luego vio con la imaginación al amigo que estaba a pocos pasos de él, al otro lado de una pared de ladrillo, también inmóvil, con las extremidades rígidas, la camisa sobre el pecho, el vientre abierto y un resplandor mate y misterioso entre las pestañas cruzadas. ¡Pobre toro! ¡Pobre espada!... De pronto, el circo rumoroso lanzó un alarido saludando la continuación del espectáculo.
Quedaron silenciosos largo rato, con las manos cogidas, mirando al obscuro y rumoroso jardín. Arriba continuaba la lamentación del genio ante la vida que se extingue. Sagrario se apoyaba en Gabriel, como si le faltasen las fuerzas y, medrosa ante la felicidad, quisiera refugiarse dentro de él.
Una luz azul que parecía emerger del mar iba repeliendo en los jardines el oro desmayado de la tarde. ¡No!... ¡no quiero! La voz de Alicia rasgó el rumoroso silencio con un temblor de sorpresa para convertirse inmediatamente en sordo y prolongado rugido, como si algo pesase sobre su boca.
Alejado, bien alejado, de las grandes rutas por donde en invierno cruzan los numerosos turistas ingleses, americanos y alemanes, solitario e inexplorado, visitado sólo por los sencillos contadini de las montañas, el rumoroso río serpentea formando tortuosas curvas y caprichosos recodos, alrededor de ángulos puntiagudos, y bajo inmensos árboles con sus copas inclinadas, en torno de grandes peñascos y piedras enormes, gastadas y suavizadas por la acción del agua a través de los siglos.
Y llorando dulcemente, oprimía entre sus manos la cabeza del joven, apretaba su boca contra la suya, echándose después atrás, con los ojos extraviados, enloquecida por el contacto de los labios. Estrechamente abrazados habían caído sobre el banco. El jardín rumoroso les servía de cámara nupcial: la luna les dejaba en la discreta sombra. ¡Por fin! murmuró ella lograste tu deseo.
El ofidio de pellejo arrugado, cubierto de moscas, que formaban sobre él un forro negro inquieto y rumoroso, se extendía por la mitad del techo, de punta á punta, agitándose como si reviviese cada vez que se abría la puerta y entraba un chorro de aire.
Palabra del Dia
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