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Bien conozco tu silbo venenoso. Los aplausos efusivos que han asfixiado tu glosa intempestiva, sírvante de lección y correctivo.

Eso será, repuso Lázaro, si el dolor procede de la culpa, como ponzoña que se destila de fruto venenoso, que mientras el sufrimiento no está manchado de delito ni tiene sabor a remordimiento, cuando es puro, no faltan lágrimas en que anegarle. ¿Ha visto usted esas flores que, arraigadas a la orilla de los ríos, parecen prolongar su tallo si las aguas aumentan, sobrenadando siempre?

En una palabra, éste es el venenoso, el calavera plaga: los demás divierten; éste mata.

Un joven decidido y vigoroso En lo alto, con indómita energía, Cual bandera que ondea En terrible porfía, Ya blande victorioso Antorcha que flamea Para destruir el germen venenoso... Bajo los pies, la calavera chata En que ignorancia o muerte se retrata.

Una declaración de hostilidad. Es una corteza de wai-waiga, o sea de un árbol venenoso, llamado por ellos árbol mortal. ¿Y ese pillo se atreve a presentarse solo? ¡Ah, tío; voy a agarrarlo de una oreja y a llevarle a bordo del junco! El joven iba a poner en práctica su amenaza; pero el Capitán le detuvo.

Aunaba, al candor de Carlos Dickens, la precisión de Víctor Hugo. Odiaba el estilo misoneico y la poesía macróstica. Admiraba más a Martos que a Castelar. Para sus compañeros y admiradores era inofensivo como la malva; para sus enemigos, venenoso como el quedec. Polígloto, enciclopédico, polílogo.

Al inglés le gustaban las setas; pues ya estaba Leto diciéndole dónde las había legítimas, sin la menor sospecha de hongo venenoso, y acompañándole a cogerlas... eso es: medio día de campo; que berros, pues en tal parte; y a buscar los berros; que caracoles o ranas o cualquier otra porquería de las muchas que devoraba aquel hombre... pues a ello los dos; que esta clase de caza o que la otra: lo mismo.

Jugaban ya en todas las gacetillas las frases de «reptil venenoso», «entes despreciables», «cerebros obtusos», «revolcándose en el fango», «seres innobles y degradados» y otras no menos afectuosas para los del bando contrario. Cansados de injuriarse unos a otros, comenzaron pronto a atacarse en sus familias. No perdonaron ni a sus modestas esposas ni a sus ancianos padres.

Un tal Ragasse, una de las malas cabezas del destacamento, hongo venenoso del lodo parisiense, de aspecto burlón, acento provocador y lenguaje de barrios bajos, acribillado de castigos hasta no saber qué hacer de ellos, y, por esto mismo, de una profunda indiferencia respecto del particular, causaba la desesperación de sus superiores y les producía serias inquietudes por su perniciosa influencia sobre sus camaradas.

Con ellas apretaba al cangrejo contra su boca, inyectando bajo su caparazón el producto venenoso de sus glándulas salivares, paralizando todo movimiento de resistencia. Luego se lo tragó lentamente, con una deglución de boa. ¡Qué hermoso! dijo ella.