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Tampoco a ella le había parecido mal su brillante uniforme, realzado aún por la resplandeciente crucecita, y cuando se encabritó su caballo, un animal resabiado que el señor de Candore le aconsejaba caritativamente que no montase, el joven había sabido dominarle sin aparente esfuerzo. Se le debía llamar Ragasse dijo la joven al ver al caballo domado obedeciendo dócilmente al jinete.

Un tal Ragasse, una de las malas cabezas del destacamento, hongo venenoso del lodo parisiense, de aspecto burlón, acento provocador y lenguaje de barrios bajos, acribillado de castigos hasta no saber qué hacer de ellos, y, por esto mismo, de una profunda indiferencia respecto del particular, causaba la desesperación de sus superiores y les producía serias inquietudes por su perniciosa influencia sobre sus camaradas.

Sofocado y anheloso, el pobre diablo hubiera querido echarse a los pies de su jefe, pero no era aquel el momento, y, sin más tardanzas ni protestas ociosas, le cogió en sus vigorosos brazos y se le llevó corriendo hasta el Blockhaus, al que llegó jadeando y no sin sufrir una descarga general. Carlos estaba salvado. Ragasse domado.

Y cuando Eva, hermana de la caridad improvisada, estaba curando al uno y felicitando al otro, el capitán dijo con bondad: Es más fácil ser un héroe que un asesino, ¿verdad, Ragasse? Desde entonces no tuvo auxiliar más adicto, ni miss Darling perro más fiel.

Hacia la izquierda sonó otra detonación. Carlos cayó al suelo. Ragasse se había detenido. ¿Ha pescado usted algo, mi capitán? preguntó ansioso mientras se elevaba del campamento un sordo rumor y unas sombras se agitaban en la sombra como arenas movibles. Una bala en la pantorrilla. Huye, muchacho; me han hecho mi negocio sin que hayas intervenido. ¡Oh! mi capitán... mi capitán...

Si el soldado Ragasse vuelve sano y salvo, todos sus castigos serán levantados; si muere, su nombre será citado en la orden del día. ¡Bueno! murmuró el soldado, esa orden del día le gustará a él más que a . Si yo no vuelvo, el teniente Donnet tomará el mando añadió Carlos. Ragasse se detuvo sorprendido. ¡Mi capitán!... ¿Viene usted también?

Fatuo y presuntuoso además, el tunante no ocultaba su grosera admiración por miss Darling, a la que asestaba miradas lánguidas, dignas de un tenor de Belleville, y el capitán había tenido que amenazarle más de una vez con el cepo. Ragasse, pues, le había consagrado un odio astuto que no esperaba más que la ocasión de estallar...

De pronto, un relámpago desgarró la obscuridad. Ragasse dio un salto. ¡Mi capitán! ¿No está usted herido? No, tiene que volver a empezar respondió Carlos tranquilamente. Sonó otra detonación tan cerca del soldado, que éste balbució aterrado: Mi capitán, le juro a usted que no he sido yo. ¡Naturalmente!... ¿Se ha acabado? , mi capitán. Entonces, en retirada; de prisa. Dieron unos cuantos pasos.

Su resolución estaba tomada. Había que impresionar la moral de aquellos seres degradados, pero susceptibles de ideas generosas. Espíritus y cuerpos indomables, era preciso hablar a sus corazones. Ragasse, sin darse prisa, bajó contoneándose con las manos en los bolsillos. Si estaba detrás de la puerta dijo con malicia, no le disgustará desembarazarse de ...

Pero la debilidad hubiera producido un efecto todavía más deplorable. Si creían meterle miedo, la insolencia de aquellos miserables no tendría ya límites. Esta vacilación no duró más que un relámpago. Un hombre de buena voluntad para una misión peligrosa dijo Carlos muy tranquilo. Todos dieron un paso adelante. ¡Ragasse! gritó el capitán en tono breve. Presente. Sígame usted.