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¡Allí, en el Ministerio, se daba un corte bárbaro, y aún me parece ver su figurita, que parecía recortada de una caja de fósforos! Con paso reposado medía, contoneándose, el ancho corredor, mientras yo estaba de facción en la puerta del salón de espera, casi al lado de la ventanilla correspondiente a la Mesa de Entradas y Salidas.

Su resolución estaba tomada. Había que impresionar la moral de aquellos seres degradados, pero susceptibles de ideas generosas. Espíritus y cuerpos indomables, era preciso hablar a sus corazones. Ragasse, sin darse prisa, bajó contoneándose con las manos en los bolsillos. Si estaba detrás de la puerta dijo con malicia, no le disgustará desembarazarse de ...

Y el señor Cuadros salió de la casa satisfecho de mismo, bufando de satisfacción, contoneándose como un joven y mirando con cierta lástima a su hijo, que caminaba al lado de él tímido y encogido. Un risueño optimismo le hacía olvidar que era su padre. ¡Ah! ¡Si en vez de los cincuenta y pico tuviera él los años de aquel pazguato, cuánta guerra había de dar en el mundo!

Vamos, vamos dijo Tablas contoneándose otra vez , que hoy estoy tan bromista, que si me tocan, por cada dedo me sale un tiro. Lo que a ti te sale es el aguardiente que has bebido. ¡Nazaria!... Úrgame tanto así, y verás lo que es canela. ¡Nazaria!... ¿En dónde has estado hoy? dilo pronto gritó la Pimentosa hablando a borbotones . ¿Quién es ese futraque que vino a buscarte?

Mater pullchra, filia pullchrior! exclamó el doctor, esbozando en su rostro moreno una sonrisa afectada y contoneándose siempre con las manos sobre el vientre. Bien, jóvenes díjoles Blanca, yo tengo sed, quiero tomar un helado; señor don Ramón, agregó dirigiéndose a mi tío, lléveme usted a tomar un helado. ¿Me permite usted, que lo abandone por su tío?

En vista de que el objeto de su cuidado no estuviese allí, se volvió hacia el hombre del sombrero negro. Este había reparado en el maestro, pero con la astucia común en la cual siempre se estrellan los caracteres vulgares, afectó no verle. Contoneándose con un taco en la mano, aparentaba apuntar a una bola en el centro del billar.

Rompió a tocar la música una marcha solemne, una de tantas «Marcha de las antorchas» escritas para natalicios y matrimonios de pequeños príncipes alemanes, y la procesión se puso en movimiento, contoneándose las parejas al compás del ritmo.

Por las naves avanzaban, contoneándose con ligeros saltitos, los niños vestidos de ángeles: unos ángeles a la Pompadour, con casaca de brocado, zapatos de tacón rojo, chorrera de blondas alas de latón colgadas de los omoplatos y una mitra con plumas sobre la peluca blanca. La Primada sacaba para la fiesta su vestuario tradicional.

Y el cura Cañete, próximo a tener un suplemento de doscientos pesos, entró contoneándose al número 70 de la calle de Paraná, acompañado de aquel cuya oratoria había vencido su voluntad. El número 70 era un cuartujo de mala muerte. El cura, al penetrar, no encontró sino un miserable catre en un rincón y en él, agonizante, un hombre ya de edad.

Había leído más de veinte veces Los tres mosqueteros, y el fruto que sacó de esta lectura fue que los aprendices se burlasen de él viéndolo un día en el almacén, envuelto en un guiñapo colorado, con un rabo de escoba en la cadera y contoneándose como si fuese el mismo D'Artagnan con todas sus jactancias de espadachín.