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Actualizado: 10 de junio de 2025


Entró montera en mano, la capa recogida, contoneándose con no menos arrogancia; pero al verse ante la imagen puso las dos rodillas en tierra, entregándose a su oración, sin acordarse de los centenares de ojos fijos en él. Su alma de cristiano simple estremecíase con el miedo y los remordimientos.

Diez minutos después, cuando llegaron jadeantes a lo alto de la roca, vieron, a mil quinientos metros por debajo de ellos, la columna enemiga, que se componía de unos tres mil hombres, luciendo amplios uniformes blancos, obscuros correajes, polainas de paño, los chacós muy anchos y los bigotes rojos; los oficiales, con gorras de plato, marchaban en el espacio que separaba unas compañías de otras, contoneándose a caballo, con la espada en la mano y volviéndose de vez en cuando, para gritar con voz aguda: Worwaerts!, worwaerts! .

Detrás, el señor Cuadros dando el brazo a doña Manuela, apretándola intencionadamente el codo sobre su cadera cada vez que soltaba una palabrita atrevida y contoneándose como un invencible conquistador. Fue algo más que acompañar a las de Pajares lo que hicieron el padre y el hijo.

El batanero le miró gravemente; nuevos accesos de hilaridad retorcieron el cuerpo de Roger y maese Rampas, viendo que aquello no llevaba trazas de acabar, le hizo un ceremonioso saludo y se alejó pausada y altivamente, contoneándose.

El Dragón era, como he dicho, una urca, una urca coquetona y elegante; parecía una dama holandesa, blanca y rolliza, vestida de negro, que marchaba contoneándose con gracia por el mar. El Dragón era un buen barco, un barco seguro, en el que uno se podía confiar, con una arboladura gallarda y muchas velas de cuchillo. Era de esas embarcaciones que los franceses llaman ardientes.

¡Jamás! gritaba entonces el veterano enardecido. ¡Yo soy muy liberal! ¡Oh, en cuanto a eso, también yo! replicaba el novel, contoneándose, y hasta mirando con cara de lástima al primer tradicionalista que casualmente pasara a su lado frotándose las manos. ¡Vivir sin Parlamento es vivir fuera del siglo!, ¡caer en la abyección!

La joven, más alta y esbelta, caminaba á pequeños saltos, como un ave que sólo sabe volar, contoneándose sobre sus empinados talones. Las dos miraron con inquietud á este hombre que surgía inesperadamente entre las ruinas. Mostraban el aire preocupado y temeroso del que va á un lugar prohibido ó medita una mala acción.

El diestro avanzó trabajosamente entre los grupos. Su nombre pasaba de boca en boca con exclamaciones de entusiasmo. ¡Gallardo!... ¡Ya está ahí el Gallardo! ¡Olé! ¡Viva España! Y él, entregado por completo al culto del público, avanzaba contoneándose, sereno cual un dios, alegre y satisfecho, como si asistiese a una fiesta en su honor.

Palabra del Dia

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