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Actualizado: 21 de mayo de 2025


El contentarse con poco, que es una virtud en los trabajadores, es el último grado de la abyección en los hombres desocupados y ricos. El pobre duque estaba en lo más bajo cuando dos personas le tendieron la mano por motivos bien distintos. Sus salvadores fueron el barón de Sanglié y la señora Chermidy.

Suya es la gloria de haber revelado plenamente acentuando la más firme nota de belleza moral de nuestra civilización la grandeza y el poder del trabajo; esa fuerza bendita que la antigüedad abandonaba a la abyección de la esclavitud y que hoy identificamos con la más alta expresión de la dignidad humana, fundada en la conciencia y en la actividad del propio mérito.

No tendría valor, dijo Tragomer, para ver en la abyección un hombre á quien he conocido bello y brillante. ¡Cómo estará después de dos años de vida común con aquellos innobles compañeros! El carácter se rebaja pronto, el cuerpo se gasta y las malas costumbres se apoderan del hombre.

Para descargo de mi conciencia, en este punto muy escrupulosa, quise, viéndome rica y convertida en toda una señorona, no desdeñar a mis parientes, si los tenía, y hasta favorecerlos y socorrerlos si se hallaban en la abyección y en la miseria. El Padre García me sirvió en esto muy bien. Buscó con tino y diligencia a mis parientes, y no los halló sino dudosos y muy lejanos.

Y si de lo pasado no me desprendía, ¿cómo enredarle en mi imaginado lazo sin rebajarle hasta mi nivel y sin hundirle en la abyección en que yo estaba?

El ruido que hizo la tapa al descender, el gemido armonioso del cuero, parecióle una voz irónica que le respondía: «Por eso, por eso mismo». «¡Será posible! murmuró el bueno del capellán . ¡Será posible que la abyección, que la indignidad, que la inmundicia misma del pecado atraiga, estimule, sea un aperitivo, como las guindillas rabiosas, para el paladar estragado de los esclavos del vicio!

En las callejuelas cercanas bullían rameras de la más extremada abyección, juntas con negros, con marineros levantinos, con marroquíes é indostánicos, con vagabundos de todo el planeta. Pero la millonaria no conocía el miedo. Además, iba apoyada en el más fuerte de los brazos.

Mi mujer me miraba con cierta maravilla, al observar la séria importancia que yo daba á un accidente tan pasajero; pero yo estaba herido por una especie de remordimiento, y no pude menos de proseguir: si aquella mendiga no hubiese perdido, como el hábito horrible de la miseria, la justa apreciacion de su decoro, si no hubiese sacrificado su dignidad al embrutecimiento que sigue siempre al desamparo y á la abyeccion; si con la sensibilidad de su cuerpo no hubiese perdido la sensibilidad de su conciencia; si aquella infeliz vieja viviese para la vida del espíritu, como vive para la vida del abandono, seguramente hubiera despreciado la donacion de mi soberbia, la jactanciosa caridad de mi egoismo; seguramente hubiera despreciado una limosna que no escucha un ruego natural; que da dos monedas, y camina ufana porque ha sido altanera y cruel.

Ninguna causa positiva justificó el descenso y la caída; pero había prodigado su jovialidad ingénita hasta sentirse entristecido, y había trasvasado sus altruismos hasta ponerse egoísta y había dilapidado sus energías morales hasta caer exánime en la abyección y en el vicio.

Los indios, por lo tanto, debían estar eternamente agradecidos a los españoles que los habían levantado de la abyección y que les habían devuelto el ser de criaturas racionales que casi habían perdido. Los razonamientos empleados por Rafaela para sostener su tesis excitaban la cólera de Pedro Lobo y hacían brotar de sus labios feroces discursos en contra.

Palabra del Dia

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