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El cargo de Gobernadorcillo y los de Teniente primero y Juez mayor son los más ambicionados, y no viéndolo, no se concibe los resortes que se mueven en ese complicadísimo engranaje municipal que empieza en las altas prerogativas del Gobernadorcillo, y acaba en el amargo servilismo del tanor de tribunal.

María Teresa se aproximó a la ribera; Huberto la siguió; viéndolo nadar tan armoniosamente le vino a la mente la idea de que si no había quizá en él temple para hacer un héroe, sabía presentar hermosas formas artísticamente amoldadas en una malla de seda negra.

Don Martín tenía a su madre enferma y no abandonaba el convento. El Vara de plata estaba satisfecho de Luna viéndolo solo. Creía que era él quien había repelido a los discípulos, cortando de este modo sus peligrosas conversaciones, para restablecer el buen orden en el claustro.

Así habían pasado las últimas semanas, hablando del viaje, discutiendo sus preparativos, forjándose ilusiones sobre los resultados, pero viéndolo siempre en lontananza; hasta que, de pronto, les avisaba el zarpazo de lo inmediato, de lo inevitable.

Y había salido de su ensueño conmovida para siempre, con la convicción de que no se realizaría nunca, pero viéndolo a él como un hombre distinto a todos los otros del buque, sintiendo una turbación en su pecho y en sus ojos, un temblor en las piernas, una música lejana en los oídos cada vez que Fernando se aproximaba para hablarla... Luego ¡qué de penas viéndole con aquella señora tan elegante, tan altiva, que parecía burlarse de ella con los ojos!... El ensueño no se realizaría nunca; una ilusión imposible, como tantas otras de su pobre existencia... Y cuando había perdido toda esperanza, era él, ¡él! quien avanzaba en la noche con palabras de poesía, igual a un príncipe magnífico y clemente, y la estrechaba entre sus brazos y buscaba su boca, haciéndola estremecerse como una sierva de amor. ¿Qué había en su persona para merecer esta dicha, pobre, fea, mal vestida, entre tantas mujeres bellas y felices, y arrastrando además cual una cadena su pasado de miseria?...

Poca importancia tiene el episodio, mas como en Velázquez todo es interesante, he aquí lo que cuenta Martínez de un caso que allí le sucedió: «Estando Diego Velázquez en esta ciudad de Zaragoza, asistiendo a S. M., de gloriosa memoria, le pidió un caballero que le hiciera un retrato de una hija suya muy querida: hízolo con tanto gusto que le salió con grande excelencia; al fin como de su mano: hecha que fue la cabeza, para lo restante del cuerpo, por no cansar a la dama, lo trajo a mi casa para acabarlo, que era de medio cuerpo: llevolo después de acabado a casa del caballero; viéndolo la dama le dijo que por ningún caso había de recibir el retrato: y preguntándole su padre en qué se fundaba, respondió; que en todo, no le agradaba, pero en particular que la valona que ella llevaba, cuando la retrató era de puntas de Flandes muy finas». Razón tenía Jusepe Martínez para decir que haciendo retratos «se sujeta un hombre a oír muchas simplicidades e ignorancias

Pero es lo que sucede siempre: pasan las cosas; va usted sintiéndolas y estimándolas una a una, y confiándolas de igual modo al dictamen o al afecto del amigo, y todas ellas van pareciendo naturales y corrientes, y ordenándose y acomodándose sin reparos, ni asombros ni aspavientos de nadie; pero devórelas usted solo; almacénelas adentro, y a la hora menos pensada, suelte el acopio entero y verdadero para que se vea y se estime en su legítimo valor: ya parecen cosas diferentes, y hasta resulta montaña lo que quiso usted que resultara granito de salbadera, o al revés... Por supuesto, voy hablando de lo que me pasa a de ordinario, para venir a parar a que lo que ha de asombrarle a usted, sin llegar a entenderlo claro, viéndolo derramado en esta carta, le hubiera asombrado menos y lo habría apreciado mejor siendo testigo presencial de los sucesos.

Tal vez le sería fácil su reconquista viéndolo á solas; pero el otro, como si presintiese el peligro, había dicho que sólo volvería á visitarla en otra casa y en presencia de su esposo. La voz con que afirmó esto y su mirada revelaban una voluntad inconmovible.

Acaso temía que ella olvidara a los que tenían derechos más antiguos. Encontraba así excusas al mal humor de Juan. Pero era su huésped, y no quiso guardarle rencor; viéndolo, pues, al entrar en el jardín, sentado sobre la hierba a los pies de la señora Aubry, se dirigió hacia él y le dijo con amabilidad: ¿Es por pereza por lo que no ha querido usted venir a escalar con nosotros los peñascos?

Ferragut, con la humildad de la admiración, se quedaba siempre abajo, viéndolo todo al través de sus piernas. «¡Ay! ¡veintidós años!...» Luego, cuando oía hablar de Pompeya, se verificaba en su memoria una superposición de imágenes: «Muy hermoso, muy interesanteVeía las calles, los palacios, los templos, pero en segundo término, como un fondo esfumado, mientras se destacaban en primera línea cuatro piernas magníficas, una columnata humana de fustes esbeltos forrados en seda negra que transparentaba la blancura de la carne.