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En unas cuantas horas, fuerzas invisibles é implacables pulverizarían los ejércitos invasores; los submarinos iban á estallar como proyectiles bajo una luz helada que los perseguiría en las profundidades oceánicas; los aviones que bombardean las ciudades indefensas descenderían atraídos por una succión eléctrica, como el pájaro vuela hacia la boca de la boa.

Los míseros conejos arrancados a la paz olorosa del monte temblaban de miedo al sentir erizarse su pelaje bajo el soplo de la boa, que parecía hipnotizarlos con sus ojos y avanzaba traidora las revueltas de sus pintarrajeados anillos para ahogarlos con glacial presión... Cientos de pobres animales respetables por su debilidad morían para el sustento de bestias feroces completamente inútiles, guardadas y festejadas en ciudades que se creían de la mayor civilización; y de esas mismas ciudades salían insultos para la barbarie española, porque hombres valerosos y ágiles, siguiendo reglas de indiscutible sabiduría, mataban frente a frente a una fiera arrogante y temible, en pleno sol, bajo el cielo azul, ante una muchedumbre ruidosa y multicolor, uniendo a la emoción del peligro el encanto de la belleza pintoresca... ¡Vive Dios!...

Como recuerdo de su vida en las selvas, llevó á Buenos Aires cuatro cocodrilos del gran río Paraguay, llamados yacarés con el caparazón relleno de paja, y una serpiente boa de varios metros de lorgitud, cuyo vientre había sido atiborrado de hierbas por los disectores indígenas.

¡No quiero; te he dicho que no quiero!... ¡Sigamos! Ella se agitó entre sus brazos con una agilidad de gimnasta, y al salir de este encierro sonó un crujido de tela desgarrada. ¡Mira, bárbaro!... ¡mira lo que has hecho! Estaba inmóvil, con la boa de piel cayéndose de uno de sus hombros, mientras buscaba en el otro el rasguño que acababa de sufrir su vestido.

No se puede contemplar esos escombros y esas moles todavía intactas, que han abrigado á tantos tiranuelos, sin estremecerse de horror al pensar en las tradiciones de iniquidad que allí se anidan, y en las duras pruebas por las cuales ha tenido que pasar, en su interminable peregrinacion de la civilizacion, ese Cristo de todos los siglos que se llama el PUEBLO.... Cuánto no ha debido pesar sobre las muchedumbres el yugo de hierro de esas generaciones de tiranos, cuando todavía hoy las ruinas de sus guaridas casi inespugnables tienen el poder de impresionar al viajero y llenarle, si no de admiracion, de un sentimiento de temor semejante al que se experimenta en presencia de la caverna de un tigre ó ante la mirada fascinadora del boa!...

Por conclusión de estos y otros lances que no caben en papeles, los preparativos del viaje de los novios; las despedidas, el lagrimeo, los síncopes; lances todos ellos que habían de ser tema para el rudo trabajo de tres días de los complacidos y galantes revisteros, y de un epitalamio inconmensurable del mimado poeta, obra de empuje y substancia, como concebida entre los horrores de la digestión de lo del banquete, digestión de boa constrictor, por la duración y la dosis, ya que no por la calidad de la metralla engullida.

Y mientras tanto que se abandona así a una peligrosa indolencia, ve cada día acercarse la boa que ha de sofocarlo en sus redobladas lazadas. El año 1833, Rosas se hallaba ocupado en su fantástica expedición, y tenía su ejército obrando al sur de Buenos Aires, desde donde observaba al gobierno de Balcarce. La provincia de Buenos Aires presentó poco después uno de los espectáculos más singulares.

El automóvil había dejado atrás los suburbios de Río Janeiro. Subía por un camino tortuoso, entre bosques, hacia el poblado de Boa Vista, y a cada revuelta agrandábase el panorama y era más fresco el viento. A un lado de la pendiente extendía la montaña su rápido declive de rocas obscuras, de una rugosidad paquidérmica.

Se sacrificó el dueño una vez más, ganoso de evitar molestias á su público. La boa fué descolgada para ser vendida á una taberna de La Boca, en el puerto de Buenos Aires, frecuentada por marineros, y quedaron por único adorno los cuatro yacarés, que se balanceaban en el techo como lámparas funerarias apagadas.

Sin embargo, en días posteriores, menudearon las exigencias de la impura. Pidió un boa, jabón de olor, un palanganero, chambras bordadas y una bata.