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Actualizado: 12 de junio de 2025


Era una historia de amor, y esto bastaba para excitar su curiosidad. Vamos a ver en seguida lo de Pablo y Virginia exigió con su ímpetu de niña caprichosa . Debe ser muy lindo... Yo no sabía que eran de este país. Llegó el automóvil al Alto de Boa Vista, extensa plaza limitada por el bosque y unas casas bajas, con jardines en el centro y un kiosco de conciertos.

Hablaba de las bellezas de Tijuca, que aún estaban por ver: la Cascatinha, una caída de agua más allá del Alto de Boa Vista; la Cascada Grande; la Mesa do Imperador, las Grutas de Agaziz, la «Gruta de Pablo y Virginia». Nélida palmoteó de entusiasmo al oír el último nombre. Quería ver cuanto antes este lugar. Recordaba vagamente un libro que había leído con el mismo título.

Al llegar a Boa Vista hicieron alto frente a una tienda de comestibles que era al mismo tiempo taberna y café: el único establecimiento que encontraron abierto. Su entrada fue en tropel, lo mismo que una invasión famélica. Los preparativos del duelo les habían obligado a salir del buque sin almorzar.

Allí estaban la falda negra plegada en menudas tablas con primoroso arte, y el abrigo corto de rico paño gris que tiempo atrás lució Cristeta en el paseo del Retiro, el otro abrigo forrado de seda roja que llevó a la cita en la Moncloa, el cuerpo encarnado con botoncitos de plata que se puso la tarde del teatro, y encima de todo un boa gris y un sombrero negro de ala grande y pluma rizada.

Yo no quiero ser sabia, vamos, sino saber lo preciso, lo que saben todas las personas de la buena sociedad, un poquito, una idea de todo..., ¿me entiendes? ¿Sabes coser? . ¿Sabes planchar? Regularmente. ¿Sabes zurcir? Tal cual. Y de guisar, ¿cómo andamos? Así, así. Me convienes, chica. Nada, nada, te digo que me convienes, y no hay más que hablar. Pues a no me convienes . ¡Boa constrictor!

Si en general el elefante, las girafas, los camellos, las zebras y otros brutos igualmente curiosos reciben los homenajes de la mayor parte de la turba, no faltan amadores ó aficionados que tienen su oso, ó su tigre, ó su boa predilecto.

Siguió hablando en un tono arrullador, aproximándose más á ella, casi en su oído, aspirando el perfume de la boa de piel que llevaba en el cuello y parecía guardar concentrada toda la esencia de su cuerpo.

Los que a la caída de la tarde parecían reanimarse con la brisa y se estiraban impulsivamente, lo mismo que fieras carnívoras que despiertan, quedábanse ahora hundidos en los sillones del fumadero con la inconsciencia ciencia de la boa enrollada, siguiendo vagamente las espirales de humo del cigarro.

Se echó atrás la boa para ocultar el torpe remiendo y la perla, que resaltaba con una magnificencia incoherente. Volvieron á marchar, sin que Miguel intentase nuevas audacias. El último incidente le había hecho circunspecto. Insultábase en su interior, considerándose un bárbaro, incapaz de vivir entre verdaderas señoras. Al llegar á la última revuelta salieron de la penumbra azul del acantilado.

A las pocas semanas murió de delirium tremens, por haber abierto un crédito demasiado amplio el dueño del boliche del Gallego; y como este honrado industrial creía firmemente en el santo derecho de cobrar las deudas y poseía además cierto instinto de la decoración oportuna para atraer á los parroquianos, se apropió los cuatro yacarés y la boa, adornando con ellos el techo de su tienda.

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