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Actualizado: 9 de junio de 2025


Media hora le bastaba para ganar el sueldo de un mes. Una tarde había llegado á reunir tres mil francos: más de medio año de trabajo en la cátedra y el laboratorio.... Monte-Carlo le parecía un país interesante y la vida en él un descanso plácido, que resaltaba sobre la monotonía parda y laboriosa de su existencia anterior.

El ayudante de marina pronunciaba las erres con la garganta, produciendo un sonido muy semejante a la jota. Hubo un murmullo en la asamblea de asentimiento y simpatía por la modestia que resaltaba en aquella proposición. ¿No está por ahí don Pedro Miranda? preguntó Peña, sereno ya, volviendo a adquirir la resolución militar que le caracterizaba. Aquí está... Aquí dijeron varias voces.

Una sola nota discordante resaltaba en su traje, un detalle cursi, cursísimo, que sólo pudiera concebirse en algún peluquero afamado o en algún cantante italiano de segundo orden: la cintita amarilla y blanca que asomaba por el ojal de su americana de viaje.

En medio del ropaje amarillo de los campos comarcanos, la posesión de don Rosendo, poblada de coniferas, resaltaba como mancha negra, nada grata a los ojos. El joven puso en práctica inmediatamente su programa de vida higiénica.

En las calles en cuesta que descendían a la Carrera de San Jerónimo, unos terrenos sin edificar dejaban abierto un ancho espacio de cielo entre las casas. Los ojos de los dos se fijaron al mismo tiempo en una estrella que resaltaba sobre las otras con brillo extraordinario.

Pero cuando Lagarmitte, con aire serio y solemne, vistiendo larga blusa gris, sombrero flexible, de color negro, que resaltaba sobre su cabellera blanca, y llevando colgada del hombro su enorme trompa, atravesó la cocina y asomose a la puerta de la sala, diciendo: «¡Los del Sarre llegan!», entonces toda aquella exaltación desapareció y los reunidos se levantaron, pensando en la terrible lucha que iba pronto a comenzar en la sierra.

La frente, blanca como un jazmín, los rosados pómulos, la redonda barbilla, los labios entreabiertos que daban paso al hálito suave, dejando ver los nacarinos dientes, brillaban al tocarlos la fuerte y cruda claridad; la cabeza la sostenía con un brazo, al modo de las bacantes antiguas, y su mano resaltaba entre las obscuridades del cabello, mientras la otra pendía, en el abandono del sueño, descalza de guante también, luciendo en el dedo meñique la alianza, y un poco hinchadas las venas, porque la postura agolpaba allí la sangre.

Imágenes horribles era lo que inspiraba la contemplación de estos campos abandonados; y su tétrica miseria aún resaltaba más al contrastar con las tierras próximas, rojas, bien cuidadas, llenas de correctas filas de hortalizas y de arbolillos, á cuyas hojas daba el otoño una transparencia acaramelada.

El atavío de ésta realzaba, como había presumido bien, su espléndida belleza. Su gallarda figura parecía aún más fina y más esbelta con aquel traje ajustadísimo. Su linda cabeza rubia resaltaba sobre el terciopelo negro como una rosa blanca. El rey Felipe III hubiera trocado de buena gana su Margarita auténtica por ésta contrahecha.

Perdida así la gallardía del andar, los cuarenta y pico se asomaban implacables a todas las líneas del rostro: la triste raya de tinta de los bigotes resaltaba sobre la marchita tez; el párpado caído, hundidas las sienes y desaliñado el cabello, parecía el ex buen mozo una de esas desmanteladas torres, bellas a la luz crepuscular, pero que a mediodía todas se vuelven grietas, ortigas, zarzales y lagartos.

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