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La pesca de la ballena, el abasto de sal en la provincia de Buenos Aires, y proporcionar por este medio el comercio de carnes, de las muchas que se pierden en los inmensos campos del Rio de la Plata, facilitar puerto para que arriben nuestros buques que navegan á la mar del sur, y se haga mas suave y cómoda esta navegacion, abrir camino por agua ó por tierra para Valdivia y Chile, por donde con menos gastos y riesgos puede transitarse é introducirse el comercio que logra Buenos Aires; y ultimamente reparar y extender el que tiene esta capital en el corambre de sus campañas, talvez hasta el Rio Negro, uniendo á esta importancia la seguridad de sus fronteras en que estriba el aumento de las poblaciones, sugecion de los indios y medios de atraerlos al verdadero conocimiento de Dios y bien del Estado, son las utilidades que con el tiempo podemos sacar y conseguir de la conservacion del establecimiento del Rio Negro.

ROSCÓN. Peladas y molidas medio kilo de almendras, se unen con otro medio de azúcar; se baten seis yemas y se van uniendo, echando también canela molida y limón rallado; se agregan las seis claras a punto de nieve, se envuelve bien, y en latas cubiertas de obleas se coloca el rosco, dejando en el centro un hueco, que se consigue poniendo un molde boca abajo en el centro, y formando el rosco alrededor, se mete al horno, y cuando está cocido, se baña con almíbar y clara de huevo, volviéndolo al horno unos dos minutos.

Y uniendo la acción a la palabra, se recostó, mejor dicho, se dejó caer sobre un sillón de muelles en los cuales se hundía su pesado cuerpo. «Voto va Deu, ¡qué blando es esto!, ¡qué comodidad! exclamó riéndose de su propia malicia . ¡Valientes pícaros! Ya os daría yo en vez de sillones de muelles, por ejemplo, un banco de carpintería... ¡Hala, y darle al mazo!».

Francia era el país de la gran Revolución, y él la consideraba por esto como algo que le pertenecía, uniendo su suerte á la de su propia persona. Y no necesito decir más. En cuanto á Inglaterra... Aquí hizo una pausa, como el que descansa y toma fuerzas para dar un salto penoso.

Los míseros conejos arrancados a la paz olorosa del monte temblaban de miedo al sentir erizarse su pelaje bajo el soplo de la boa, que parecía hipnotizarlos con sus ojos y avanzaba traidora las revueltas de sus pintarrajeados anillos para ahogarlos con glacial presión... Cientos de pobres animales respetables por su debilidad morían para el sustento de bestias feroces completamente inútiles, guardadas y festejadas en ciudades que se creían de la mayor civilización; y de esas mismas ciudades salían insultos para la barbarie española, porque hombres valerosos y ágiles, siguiendo reglas de indiscutible sabiduría, mataban frente a frente a una fiera arrogante y temible, en pleno sol, bajo el cielo azul, ante una muchedumbre ruidosa y multicolor, uniendo a la emoción del peligro el encanto de la belleza pintoresca... ¡Vive Dios!...

De este punto arranca la importantísima vía militar, llamada trocha de Tucuran, que uniendo las contracostas de la isla sólo alcanza un desarrollo de 28 kilómetros.

Los aztecas gobernaron como comerciantes, juntando riquezas y oprimiendo al país; y cuando llegó Cortés con sus españoles, venció a los aztecas con la ayuda de los cien mil guerreros indios que se le fueron uniendo, a su paso por entre los pueblos oprimidos.

El constante anhelo, el desideratum de los sueños de una taga-tabi, es poder llegar al rango de las taga-bayan, á cuyo deseo, suele sacrificar no pocas veces su felicidad, uniendo su suerte á la de algún viejo capitán pasado, ó cabeza reformado, cuyas jerarquías dan á sus mujeres un lugar en el suspirado taga-bayan.

Penetraban en las cuadras, se escurrían entre las patas de las bestias, repitiendo su quejido por la muerte de Mari-Cruz; corrían, ciegos por las lágrimas, tropezando con las esquinas, con los marcos de las puertas, volcando en su carrera aquí un arado, más allá una silla y seguidos por los perros libres de cadena que les acosaban por todo el cortijo, uniendo sus ladridos a los desesperados lamentos.

Todavía estábamos en el quinto mes. Si había cumplido su palabra y la goleta estaba allá, podíamos darnos por salvados. Smiles y yo, saltando por encima de aquella arena movediza, llegamos a la desembocadura del río. Allá estaba la goleta; sin duda se disponía a partir. ¡Socorro! ¡Socorro! gritamos Smiles y yo desesperadamente, uniendo nuestras voces.