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Actualizado: 14 de junio de 2025
El joven no se podía explicar de dónde le podía venir la droga; los únicos que frecuentaban la casa eran Simoun y el P. Irene, aquel venía raras veces, y éste no cesaba de recomendarle fuese severo é inexorable en el régimen y no hiciese caso de los arrebatos del enfermo, pues lo principal era salvarle. Cumpla usted con su deber, joven, le decía, cumpla usted con su deber.
Hízose una pausa, que interrumpió el anciano duque: Guardemos compostura, vizconde. Recordad que tenemos una alta obra que cumplir. Dejad para otro momento vuestros arrebatos y vuestras bromas. ¡Para otro momento, querido consuegro? ¿Para cuándo? ¿Para cuándo tenga que estarme otra vez años y siglos, ahí, rígido en el cuadro, aunque me pique la nariz o se me duerma una pierna?
En la época de la decadencia, cuando vivían en la calle de Belén, visitaba todos los días á las vecinas monjas de Góngora, conversando con ellas largas horas. Con ellas consultaba sus visiones y contravisiones, relatando sus deliquios y arrebatos de amor divino. Otros días llegaba muy apurada para contarles cómo había sentido unas terribles tentaciones, y que bebiendo vinagre se le habían quitado.
Algo más que el contacto ardoroso de la luz sintió de pronto Feli. Su novio la estrujaba otra vez, pero con mayores arrebatos, sin que ella intentase resistir. Deja que bese ese amarillo de oro... Ahora, el morado; ahora, el azul... el rosa de tu frente... el heliotropo de tus labios... las violetas de tus ojos.
Ya no más...». Sin quitarse el mantón, había cogido al chiquillo, disponiéndose a aplacar su gran necesidad. Se sentó en la cama, para dejar a Guillermina la única silla que en la alcoba había. La santa no atendía más que al pequeñuelo, observando si la ansiedad con que mamaba iba acompañada de satisfacción: «Me temo que con esos arrebatos se quede usted sin leche».
Y allí, a la suave sombra, contaba Pedro maravillas y glorias europeas a Ana, que le oía con cariño a Adela, que hacía como si no le interesasen , a Lucía, que pensaba con amorosa cólera en Juan, en Juan, que no debía venir, porque estaba allí Sol, en Juan, que debía venir puesto que estaba Lucía y a Sol contaba también aquellas historias, quien sin desagrado ni emoción las escuchaba y con sus hábitos de niña huérfana, azorada a veces de la súbita rudeza que templaba Lucía luego con arrebatos afectuosos, solo se sentía dueña de sí cerca de quien la necesitaba, y ni con Adela, que parecía esquivarla, ni con la misma Lucía, aunque esto le pesaba mucho, tenía ya la naturalidad y abandono que con Ana, con Ana a quien aquellos aires perfumados y calurosos habían vuelto, si no el color al rostro, cierta facilidad a los movimientos y unos como asomos de vida.
Se contaba que había entregado ya a la Amparo sumas enormes o las había puesto a su nombre en el Banco; que se enfurecía por livianos motivos y gritaba y gesticulaba como un demente, llegando sus arrebatos hasta maltratar de obra a los criados o dependientes; que comía vorazmente y sin medida, y que decía de su hija horrores inconcebibles, imposibles de repetir entre personas decentes.
Entre usted en el claustro... entre usted... Perdóneme Dios mis arrebatados pensamientos... cada cual a su puesto. Ángeles al cielo, miseria y debilidad a la tierra... Antes amor, locura, ardientes arrebatos; ahora respeto, culto. Mañana, como ayer, vivirá usted en mi corazón; pero ahora, santa mujer, está usted dentro de él canonizada... Adiós, adiós.
Demasiado sabía ella que no era piedad verdadera, que con semejantes arrebatos nada ganaba para con Dios... pero, ¿no serían tampoco más que nervios? ¿Serían indicios peligrosos de un espíritu aventurero, exaltado, torcido desde la infancia?». «Había de todo». El Magistral, procurando vencer la exaltación que le había comunicado su amiga, quiso hablar con toda calma y prudencia. «Había de todo.
Me he esforzado, sin presumir haberlo conseguido, en presentar un tipo que personificara el carácter de nuestros gauchos, concentrando el modo de ser, de sentir, de pensar y de expresarse, que les es peculiar, dotándolo con todos los juegos de su imaginación llena de imágenes y de colorido, con todos los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen, y con todos los impulsos y arrebatos, hijos de una naturaleza que la educación no ha pulido y suavizado.
Palabra del Dia
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