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Pero antes de que terminase la operación y pudiera volver la cabeza, sintió una boca ávida que acariciaba su nuca. No; aquí no dijo con tono suplicante . Seamos serios. Y mientras él, rebelde á estas exhortaciones, insistía en sus apasionados avances, la voz de Margarita volvió á sonar sobre el estrépito de ferretería vieja que lanzaba el automóvil saltando sobre el pavimento.

Las comedias de Moratín forman época, y no sin razón, porque á pesar de los motivos, que nos impiden calificarlas de obras maestras, como lo hacen sus admiradores apasionados, salta desde luego á los ojos su gran mérito y su superioridad, cuando se comparan con las demás comedias del mismo período.

Guardaba para ella las caricias más tiernas, los regalos, los epítetos más apasionados que emplean los amantes.

Se puso en pie, llegó donde estaba Pepita y la levantó entre sus brazos, estrechándola contra su corazón, apartando blandamente de su cara los rubios rizos que en desorden caían sobre ella, y cubriéndola de apasionados besos. Alma mía dijo por último don Luis , vida de mi alma, prenda querida de mi corazón, luz de mis ojos, levanta la abatida frente y no te prosternes más delante de .

Tenaz, perverso, infatigable, intrigante siempre y en todas partes, dando á conocer los puntos vulnerables de su patria, fué su papel en la historia el del parricida . De la comparación de todos los artículos, por lo general apasionados ó ligeros, nada se deduce que esencialmente altere lo que dicho queda acerca de la vida de Antonio Pérez fuera de España.

Terminadas todas estas revelaciones y apasionados discreteos, Rafaela tocó la campanilla, vino Madame Duval y sirvió el con bizcochos, pastas y tostadas, y ya con excelente crema de las vacas que había en la chácara de Petrópolis.

¡Así! replicó la dama vivamente. Y al mismo tiempo le echó los brazos al cuello y le cubrió el rostro de fuertes y apasionados besos. Raimundo se estremeció. Dejóse besar por algunos instantes como un cuerpo inerte. Al fin, doblándosele las piernas, exclamó con acento desgarrador: ¡Oh, Clementina, me estás matando! Y cayó al suelo privado de sentido. El susto de ella fué grande.

«Mi madre muy enferma... voy allá por unos días nada más... mi deber de hijo... pronto nos veremos»; y las cobardes excusas de costumbre para suavizar la rudeza de la despedida; la promesa de reunirse con ella tan pronto como le fuese posible; los juramentos apasionados, afirmando que era la única mujer que amaba en el mundo.

Al bajar al jardín, la generala, apoyándose sentimentalmente en mi brazo, murmuró, junto a mi oído: Ay, ¡quién pudiera vivir en esos palacios apasionados donde verdean las naranjas!... ¡Allí que se ama, generala! le dije en secreto, llevándola dulcemente hacia la obscuridad de los sicomoros. Fué necesario todo un largo verano para descubrir la provincia donde residía el difunto Ti-Chin-Fú.

Al fin, acercóse á él lentamente y le dijo en voz baja: Estás muy triste, Pedro. ¿Te encuentras peor? No, señorita, no; me encuentro bien. Vamos, no lo ocultes. ¿Te sientes mal? No; ya estoy completamente bueno. Entonces, ¿te hace falta algo? Vaciló un instante y, apoderándose rápidamente de una mano de su señora, empezó á cubrirla de besos apasionados. , me hace falta esto.